“¿Papá, vamos a tener el criadero de perros chihuahuas o de cocker spanish inglés que tanto querías? ¿Cuándo vamos a ver perros? ¿Este fin de semana? ¿Viste algún aviso? ¿Y a ver pájaros? ¿Cuándo vamos a la feria de Domínico o a la de Pompeya?
“Pará, Ricardo, son muchas preguntas. No insistas. No vamos a tener un criadero de perros, ni de pájaros. Vamos a tener un perro de pelea, uno solo nomás. Vamos a traer un Bull Terrier, para que nos defienda. Te va a gustar, vas a ver. Me dijeron que hay uno en Monte Grande, pero hay que ir a buscarlo, encima nos lo regalan. Pesa 30 kilos y está pasado de estándar, pero no importa. Es blanco y tiene un parche negro en el ojo izquierdo parecido al de un pirata. Se llama Gitano. Me dijeron que tiene más de 30 peleas en el lomo y que ganó las 30, que tiene más o menos 6 años -es un poco viejo-, pero en este caso no importa. Él nos va a cuidar. Además, no quiero que salgas a la calle sin mi consentimiento, salvo para ir al colegio. Tengo miedo que te cruces con la policía y que te hagan algunas preguntas. Y vos como sos el más chico de la familia y un poco demasiado charlatán vas a tener que tener cuidado y callarte la boca, porque estos canas de mierda se aprovechan de ese tipo de cosas y no podemos correr riesgos. Por lo demás creo que está todo controlado. La abuela ya no sale por el accidente que tuvo en la cadera y tu abuelo, como no está nunca, es casi imposible que relacionen que vive acá con nosotros. Por ese lado estamos bien. Tu hermana se la pasa atrás de la pollera de tu mamá y tu mamá sería incapaz de traicionarme, así que no creo que traigan problemas, además ellas están bien adiestradas en eso de callarse la boca y no van a hablar, porque no les conviene. ¿Pero vos, Ricardo?, ¡con eso de querer jugar siempre a la pelota y encima en la calle!, ¡qué manía, la tuya! Si acá tenés terraza, por qué no jugás arriba con todas esas pelotas que encontraste y te dejás de joder”.
A la semana, el padre de Ricardo lo despierta en una mañana de esas en las que el sol entra por la ventana como una perla de luna que naufragó en la noche y se quedó despierta, y muy temprano, muy temprano le dice:
“¿Vamos a Monte Grande a buscar el Bull Terrier a lo de don Murias?”
Ya en Monte Grande, en el fondo de la casa hacían apuestas, comían empanadas y tomaban vino, y alguna que otra cervecita. Se reían y gritaban, algunos se peleaban a punta de cuchillo cuando uno de sus gallos perdía, Porque eso hacía don Murias en el fondo de su casa, organizaba riñas de gallos por plata y a veces los muchachos se mamaban y se pasaban de rosca y se armaba flor de quilombo. “Ahí está el Bull Terrier del que tanto les hablé, Mario. Como ustedes ya saben se llama Gitano. Está un poco gordo porque se la pasa encerrado en esa jaula, y si lo suelto me puede matar a alguna gallina o lo que es peor, a algunos de los gallos, que son los que me dan de comer en este momento. Es que actualmente los gallos son mi principal entrada de guita. Además está un poco viejo y ya no pelea. Antes hacíamos peleas de perros acá en el fondo, -sí, usted sabe, Mario-, -si yo le conté-. Pero con esto de los milicos hay que hacerlo por izquierda, de queruza, sabe, y encima ahora éstos canas de mierda también se cebaron con esto de la dictadura y no dejan vivir. Se meten en todo: te preguntan a dónde vas, de dónde venís, a qué te dedicás, -como si no supieran-, si hacés reuniones en tu casa. ¿Qué carajo les importa? ¡Si acá no hacemos política! Todo el tiempo te hacen sentir observado. Igual siempre a alguno coimeás, pero es más difícil. Y esto de la riña de gallos pasa más desapercibido que el tema de los perros. Los muchachos traen a los gallos en cajas de madera, con el pico atado para que no griten y listo.
El Gitano y Ricardito se volvieron inseparables y nunca más se sintieron solos. Se acompañaban el uno con el otro. Al lado del Gitano, Ricardo se sentía importante, a salvo, contenido; como sabiendo que esta vez, a diferencia de las otras, su amistad con un perro sería posible y que no iba a ser sólo por un rato. Fue el único perro con el cual su padre lo dejó jugar. Porque a los aproximadamente 20 perros que se pasearon por el departamento de Palermo nadie los podía tocar, excepto su papá, y estaba terminantemente prohibido jugar con ellos. A ver si les pasaba algo que les impidiera presentase en alguna exposición de perros en la que los esperaba un seguro primer premio que nunca llegó. Porque nunca los presentaban, porque para la mirada perfecta de su padre jamás hubieran ganado.
Y si acaso fuera verdad que ese perro había peleado 30 veces, que estaban en presencia de un sanguinario y que iban a convivir a partir de entonces con un asesino, no parecía. El Gitano con Ricardo era totalmente dócil, cariñoso, amigo, compañero. Parecían dos chicos despertando de largas noches sin sueño y de tristes soledades, llevando por fin consigo murmullos de vida y olores de primavera.
Cuando Ricardito lo sacaba a la puerta, se quedaban sentados los dos en el umbral de la calle mirando pasar la vida con ojos sin retorno, esperanzados.
Un día su papá le dijo: “Ricardo, andá a buscar al Gitano que está en la terraza y nos vamos los tres al Parque Centenario. Me comentaron que allí se juntan un montón de perreros que llevan perros de distintas razas de las que nos gustan a nosotros, bravos, con carácter ¿viste? No como esos perros maricones que siempre vemos en la Federación Sinológica, a la que ¡por favor, no insistas, porque no vamos a ir más! ¿Entendiste, no? No más caniches, ni cocker, ni chihuahuas, ni todos esos perros de mierda que compran las minas o los putos que nunca me gustaron. Lo que pasaba es que en un departamento como el de Palermo, si no tenés esos perritos chiquitos, no los podés tener. Pero acá tenemos terraza y patio y dos parques grandes cerca y encima en uno de ellos se juntan estos tipos… Me dijeron que llevan Dobermans, Dogos argentinos, algún que otro Schnauzer gigante, Bull Mastiff también. Me contaron que andan con una raza nueva alemana que se llama Rotweiller, que entraron al país ahora desde que se abrió la importación, los vi en la enciclopedia esa que me compró tu mamá, pero como nunca los vi en vivo y en directo, de verdad, ¡viste!, los quiero conocer y dicen que son muy bravos. Además me dijeron que llevan una raza americana nueva también, que no está reconocida oficialmente por ninguna asociación de perros: algo así como Pit Bull o American Pit Bull. ¡Va a estar buenísimo! ¡Vas a ver! Ricardo, andá a buscar al Gitano que está en la terraza y nos vamos los tres al Parque Centenario. No te olvides de ponerle el collar de púas, pero esta vez poneseló para afuera, por si alguno de estos perros se hace el malo y lo quiere morder”.
Ricardo como siempre obedeció y le puso el collar con las púas hacia afuera como los cuellos rotos de botellas en las paredes del frente apuntando hacia arriba de la casa de Alberto, como una especie de fortaleza, que lo defendiera de un ataque que inevitablemente iba a suceder.
Continuará…