Bueno es tener amigos,
aunque sea en el infierno (refrán)
Héctor José Moglia miró por enésima vez el calendario que colgaba desaliñado en una de las paredes de la habitación 201. Era el viernes 13 de setiembre de 1985.
Se encontraba en la localidad de Bovril –provincia de Entre Ríos- motivado por una tácita promesa de reencuentro, exactamente veinte años atrás.
Desde su ubicación pudo observar –a través de una ventana- que el cielo estaba encapotado, presagio de segura lluvia.
Junto a sus documentos tenía una fotografía, una tarjeta y un recorte periodístico. La foto le mostraba a dos soldados de pie en una superficie nevada. Como una secuencia fílmica recordó la llegada de El Trochita a Esquel y el recibimiento de la oficialidad y soldados de la promoción anterior.
El primer amanecer en la pintoresca ciudad del sur lo había dejado absorto. Corría el mes de marzo de 1965.
En el primer día de incorporación fue que un suboficial le espetó a quién estaba a su lado:
—¡Preséntese, recluta!
—Soldado clase’44 “Chuechig” Adolfo, mi sargento, escuchó Moglia y todos los que estaban atentos.
—¡Y cómo se escribe su apellido, tagarna !
—Zeta, doble v, te, zeta, i latina y ge. Es alemán, contestó con firmeza el soldado interpelado.
—Haga veinte saltos de rana por tener un apellido difícil –concluyó el sargento.
Zwtzig era alto, fornido, ojos celestes, de rostro bonachón. Parecía un fiel exponente de la raza que ambicionaba el ex fuhrer Adolfo Hitler.
Empezaron a tratarse el día en que alguien intentó suicidarse porque le habían sustraído la campera reglamentaria. Aunque el hecho pasó al olvido rápidamente, el “alemán” era recurrente con el tema de la muerte, más precisamente del suicidio. Sostenía la teoría del vínculo con estados depresivos profundos y se extendía expresando que “el pensamiento del suicidio es un poderoso medio de consuelo”, parafraseando a Nietzche. Moglia –escéptico o menos informado- estaba convencido de que la persona que anuncia su deseo de quitarse la vida no ejecuta su propia muerte. Cuando la discusión se tornaba irreconciliable, Zwtzig le ponía coto con una frase fuera de contexto que –a la postre- iba a ser su copyright: “Solo las personas que respiran pueden vivir”.
Mientras tanto, a Moglia le atraía la idea de un idioma universal desde que descubrió la existencia del Esperanto y pretendía darle a su amigo, una idea elemental sobre la escritura y la fonética de esta lengua que intentó competir con el inglés, creación utópica del polaco Lejzer Zamnhof, en 1887. Zwtzig no podía reprimir la risa cuando escuchaba: la libro, la elefanto, y agregaba –con sorna- la gato, la perro…
—La kato… la hundo –le corregía Moglia, visiblemente fastidiado.
Se hicieron amigos confidentes. Así, Héctor José Moglia se enteró de la existencia de un hijo de su amigo “nazi” que solo tenía un año; leyó las cartas cargadas de amor que su prometida –madre del chico- le enviaba al cuartel. Habían planeado casarse cuando cumpliera el servicio militar, le confió un feliz y orgulloso progenitor. Cuando Herr Zwtzig tuvo su primera licencia parcial quiso sorprenderla viajando de incógnito. Fue entonces que encontró a su novia del brazo de otro pretendiente. Al relatar su amarga experiencia trató de restarle dramatismo aunque la procesión iba por dentro.
Cuando se despidieron aquel 13 de setiembre de 1965 -Zwtzig había quedado para la última baja- se prometieron reencontrarse algún día.
—Dentro de veinte años —bromearon, para disimular el momento traumático.
—Heil, Zwtzig.
—Adios, amigo…
Pagó la cuenta. Caminó unas diez cuadras y tomó un largo sendero suburbano. Cuando llegó a destino leyó la tarjeta. Contenía el dato preciso: Sep. 17 – Sec. 8 – Div. B.
Separó unas flores secas que cubrían parcialmente la placa y leyó: ADOLFO ZWTZIG – Falleció el 25/12/82 a los 38 años – SOLA LA PERSONOJ KE SPIRAS POVAS VIVI –
Un día antes, una locuaz vecina brovilense le confirmó que Zwtzig tuvo un hijo y que a los dieciocho años fue una de las víctimas del crucero General Belgrano en la guerra de Las Malvinas y que la madre del chico se había casado con un hombre adinerado, ausentándose definitivamente del pueblo. Esta habitante fue quien le proporcionó a Moglia la crónica de un medio del lugar y una tarjeta de la agencia local de sepelios.
Se persignó. Luego releyó el recorte del semanario “La Voz de Bovril”, cuyo título rezaba: DRÁSTICA DECISIÓN DE UN CONVECINO. En el epígrafe constaba que “…el Juez interviniente dio cuenta de la existencia de un sobre que sólo contenía instrucciones para un extraño epitafio.” Y más adelante, en el desarrollo: “…quien en vida fuera Adolfo Zwtzig, en estas navidades, se llevó a la tumba la verdadera razón de su drástica decisión…”
Comenzó a precipitarse una tenue llovizna. Elevó la vista hacia el cielo cubierto y las gotas que mojaron su rostro se confundieron con un par de lágrimas que no pudo contener.
Miró una vez más la última morada de su ex compañero y dio media vuelta para alejarse definitivamente del lugar. De pronto, a sus espaldas, escuchó nítidamente una voz que pronunció –en evidente esperanto- “Adiau, amiko…”
Moglia iba a detenerse. Sintió un estremecimiento en todo el cuerpo. Temeroso, decidió seguir su camino apurando el paso porque la lluvia ya arreciaba.
No tuvo coraje para mirar hacia atrás.-