“Su profundo odio y menosprecio por el votante americano. Esta destitución ilegal y partidista es una marcha política suicida del partido demócrata.” Esta retórica ha alimentado una división social ya muy profunda y que se antoja irreparable escuchando a los seguidores del presidente en un acto electoral en Hershey, Pennsylvania.
“No lo van a destituir, mi pistola 357 Magnum lo garantiza. Y punto” dice uno de ellos. “Si lo destituyen en el senado creo que en este país va a haber una violencia física nunca vista desde la guerra civil”, sentencia otro pro Trump. Y agrega que “tendríamos una segunda guerra civil. Creo que de destituirlo habría una respuesta muy fuerte, sería muy negativo. Seguramente con violencia. No es que apruebe la violencia. Pero es que habría muchos americanos enfurecidos. 70 o 80 millones de americanos muy enfadados.”
Otros 70 millones, los que votaron demócrata en las últimas elecciones, basculan entre la necesidad de destituir ya a Trump o dejar que lo hagan las urnas en los comicios presidenciales de noviembre.
“Mi resultado soñado en el proceso de destitución implicaría que la verdad aflorase, y que al final sean las urnas las que lo aparten del poder“, dice una votante demócrata en Washington. “Quiero que nuestros políticos recuperen su poder, agrega otra mujer. Creo que se les ha retirado este rol, creo que se podría restaurar su representación y su reputación. Y así el país se calmaría.” Y una tercera concluye que “al final es la gente quien tiene la responsabilidad. Y no se la deberíamos quitar.”
Esta dispersión del voto demócrata alimenta la tesis que la muy fiel base electoral de Trump lo impulsará a la reelección. Más que perjudicarle, a día de hoy, el proceso de destitución parece fortalecer políticamente al presidente.