Qué vergüenza, no estoy sola. Por lo menos hay sólo dos cubículos. No me sale si sé que me están escuchando. Bueno, salgo rápido no me lavo las manos y así no le veo ni la cara. Se le ven los zapatos. También está sentada… Bueno, estamos en la misma, seguro. Lindos zapatos. Rojos, de charol, taco cuadrado de madera. Yo quería unos así. Hasta parecen de mi talle. Los zapatos son lo primero que le miro a una persona. Si querés entender a alguien, “ponete en sus zapatos”. Esto es en todo sentido. Hablan del gusto, de la personalidad, de cómo pisas sobre este mundo… No hay papel, carajo y ahora qué hago. ¡La puta madre! ¿Lo dije o lo pensé?
– Tomá, yo tengo.
Una mano coronada de brazaletes dorados me extiende un pañuelito estrujado entre garras verde botella. No tiene anillos.
– Ay… Gracias.
Silencio. Qué vergüenza. Qué alivio, pero qué vergüenza.
– De verdad, te agradezco.
– No hay de qué linda.
Un tabú desnudado con tanta espontaneidad que me confunde. Un gesto simplemente humano. ¿Qué tiene de raro pedirle papel a una persona que tiene a mano, si vos no tenés? No estoy acostumbrada a la gente amable porque sí, desinteresadamente. No lo estamos. La amabilidad del desconocido es igual de desconocida. Siento que debo corresponderle, pero no sé cómo.
– Me encantaron tus zapatos.
Suelta una carcajada. No es forzada, es auténtica, pero se escucha desesperada.
– No hace falta que me chupes las medias, si necesitás más pedime que compré de sobra. Me dio pena uno en el tren, compré como diez paquetes.
Nos reímos las dos. Su voz es tranquila. Ronca de noches de exceso. Debe laburar acá.
– De verdad te lo digo. Los había fichado de antes, pero bueno… no te lo iba a decir. No daba.
– ¿Ahora hay más confianza, no?
Nos reímos. Y ahí estábamos de repente compartiendo una intimidad que sólo tuve con mi ex. Nunca pude cagar en baño ajeno, menos si es en casa de alguien con quién me quiero hacer la sexy. Siento que se me cierra. Era un problema irme de vacaciones con cualquiera de mis ex, podía estar días sin ir al baño. No pude hasta que conviví. Y sin embargo… acá estamos.
Ahora lo incómodo es el silencio. Ojalá termine y se vaya rápido. Siento que tengo que sacarle charla con algo, pero no se me ocurre qué decir.
– ¿Venís seguido por acá?
Qué pelotuda que soy. Si no tenés nada para decir no digas nada.
– ¿A este baño decís? No, la verdad que no, prefiero ir en mi casa.
Nos reímos de nuevo.
-La verdad, vengo menos de lo que me gustaría. Está muy lindo este barcito. ¿Vos?
-Lo descubrí hoy. Me trajo al arrastre una amiga. Al final soy una ortiva. Nunca quiero salir, pero después salgo y me divierto.
No sé por qué dije eso.
-Nos pasa a todos. No te quiero decir que estás deprimida, porque hoy en día te dan antidepresivos por todo, pero planteate si no te pasa algo más. Si no hay algo de la exposición, de la salida en sí que te pone incómoda. Algo que no te guste de vos misma, de tu figura, de tu vocación, de tu vida. Algo que te hace sentir menos cómoda en tu propia piel, para ponerte maquillaje y salir a matar. Planteate si sos feliz, si sos lo que soñabas ser de chiquita. Si tenés eso en claro, nunca es tarde para dar vuelta la mesa y empezar de cero. Si dejás que el tiempo pase sin plantearte por qué estás inconforme… Ahí sí estás perdida.
En otro momento, con otras palabras, me hubiera parecido una delirante desubicada. Pero me dio un sopapo. Uno de los buenos, un manzanazo como el de Newton. No, no estoy conforme con nada. ¿Cómo lo supo?
-Nunca nadie me lo dijo así. ¿Sos psicóloga?
Se ríe, como con pesar, con una ironía resignada.
-No, yo no soy nada. Por ahí lo digo porque de alguna manera me pasó. O Por ahí sé ponerme en tus zapatos.
-A mí me gustaría ponerme los tuyos que están bárbaros.
Lo digo tan espontáneamente que ni lo pensé. Se ríe. Sorbe por la nariz. ¿Estaba llorando? Me inclino un poquito para ver un poco más, pero sólo llego hasta el tobillo, si sigo bajando se va a notar. Hay 4 o 5 pastillas en el piso y un frasquito tirado al lado del inodoro. Ahora entiendo lo de los antidepresivos… ¿Qué píldora de la sabiduría se tomó esta? Terminé mi trámite, aprieto el botón. Bajo la tapa y me siento, total no hay nadie esperando.
– ¿No te vas?
No sé si huele a miedo o si es un pedo mío.
– No. Me quedo un rato, ¿Sabés cuántas sesiones de psicóloga me ahorraste en 5 minutos?
Se ríe entre dientes. Suspira, parece de alivio.
– ¿Vos estás bien, necesitás algo?
– Ya no linda, gracias. Me hiciste compañía cuando más lo necesitaba.
Hace una pausa, parece que toma aire para poder seguir hablando. No termino de entender la dimensión de lo que está pasando. ¿Estoy siendo testigo de un suicidio?
– En este mundo hostil, es una caricia al alma encontrarse con alguien amable.
Tose. Se empastilló, no tengo dudas. ¿Estoy siendo cómplice? ¿Debería detenerla, avisarle a alguien? ¿Quién soy para meterme en una decisión tan íntima de alguien que ni conozco, o de cualquiera? Se le escucha una respiración pesada, un jadeo.
-Bueno, vos también me ayudaste cuando más lo necesitaba.
Nos reímos. Silencio. Si yo me estuviera por morir me gustaría reírme un rato de sandeses…
– ¿Sabes qué? La gente debería enamorarse así, sin verse. Charlando totalmente expuesta, vulnerable.
– ¿Cagando decís?
-Y sí, cagando. ¿Por qué no? Sin inhibiciones, sin caretas. Mostrando su peor cara, para que después no te lleves sorpresas.
– Mucho más profundo de lo que parece.
Nos reímos.
-Gracias por quedarte. -no tiene fuerza en la voz, la que le queda en el cuerpo la invierte en cada palabra.-Gracias por no hacer preguntas. Ya podés irte cuando quieras.
-No sé ni tu nombre.
-No te va a hacer falta. No le avises a nadie, que me encuentren mañana.
No sé qué decir. No sé qué hacer, más que cumplir su voluntad.
-Te quiero.
-Yo también te quiero.
No sé cómo, pero sé que está sonriendo. Saco la traba de mi puerta.
-Ah, linda, me olvidaba…
Se saca los zapatos con los pies y me los patea por debajo de la puerta.
-Ya te los pusiste, te los ganaste.
Paloma Álvarez