Un anciano vivía solo en una casucha del pueblo. Cada mañana, alguien llegaba hasta su casa y, después de propinarle dos o tres golpes a la puerta, escapaba.
El hombre, cansado del asedio, dio parte a la policía. Le enviaron un custodio, quien, agazapado, después de un tiempo, atrapó al sinvergüenza.
Luego, contento, visitó al anciano y le dijo:
-No debe preocuparse más, amigo. Ya nadie volverá a molestarlo.
El hombre bajó la cabeza y, con voz apagada, agradeció.
Cuando al cabo de varias mañanas se dio cuenta de que la promesa del policía se había cumplido, luego de deambular muy triste por la habitación con la vista fija en la puerta, tomó un banquito y, sentado tras ella, esperó.
Maria Alicia Farsetti