Se han visto gatos amarillos, eso dice el señor de la otra cuadra –comenta uno. Y otro reflexiona, ¡bueno! también dicen que al contrario de lo que se piensa, el pan adelgaza. Un tercero, que en eso llegaba a la esquina, y no quiso ser menos –agregó– sí, sí, ¡dicen que el atún está contaminado! Los dos primeros lo miraron entre incrédulos y asustados. Un cuarto que pasaba ¡Qué noticias por estos días! “¿Ustedes no saben lo que pasó con H.G.?” Movimiento de cabeza a uno y otro lado, de los tres congregados. Y de a uno por vez –acotan–, tiene 23 años. Viste bien. Y quienes lo conocen aseguran que miente mucho.
Manos en los bolsillos, detuvose un quinto individuo, que los miró a todos y siguió su camino. Pero al alejarse y levantando la voz lo suficiente, dijo “¡Mucha tela para cortar! Esperen a mañana”.
Los cuatro se desparramaron por el pueblo y cada uno comentó los dichos de los otros y se hicieron rumor, y el rumor, veracidad sin discusión.
A la mañana siguiente todo el pueblo hablaba de que los atunes de Margarita eran de color amarillo, que el pan de don Pedro estaba contaminado, que comer gatos adelgazaba y que para ser como H.G. –a este señor nadie lo conocía– había que mentir 23 años para poder vestir bien.
Sin embargo ese día, todos esperaban la sentencia del quinto señor. Nadie cayó en la cuenta, que doña Margarita pintó los atunes, porque se los pedían amarillos, que don Pedro no vendió ni un kilo de pan, que los que poseían felinos los resguardaron por miedo a los cazadores y que los poderosos del pueblo hacía más de 23 años que imitaban H.G.
Mónica Fornero