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¿QUÉ HAY DETRÁS DE LO APARENTE? | Tiki Marchesini

Escrito por el 22 septiembre, 2020

¿QUÉ HAY DETRÁS DE LO APARENTE?


Por Tiki Marchesini

¿Era una burbuja? Era una cápsula?

Llovía suave. Caían las primeras gotas y podía ver los pájaros que iban a su guarida y las plantas que se movían felices recibiendo el agua que las mantenía vivas. Mientras veía que una densa niebla se iba extendiendo entre las gotas y yo.

Entre lo que veía y lo que parecía, ¿o era solo una cuestión de imaginación?

Detrás de ese manto de niebla estaba yo. Sola. Quieta. Y veía, guau, veía… todo se caía… como si  esa  película de hule, de plástico, me  permitiera ver del otro lado pero también verme. No era un espejo. No.

Me sentí indefensa.  Asustada. ¿Cómo podía ser? ¿Qué era lo real? ¿Yo y la película? Confundida, me moví violentamente tratando de generar un temblor, algo que pudiera romper ese momento casi estático o que destruyera esa capa divisoria. Y no pasó nada. Era solo yo. Y ese tapiz que tapa lo que uno no quiere o no puede ver desde su pequeña inmensidad dormida. Pero ahí estaba. Y yo lo veía.

Sentía que nada podía hacer. ¿Era una víctima? ¿O había sido una partícipe necesaria?  Probablemente las dos cosas. ¿Qué alternativas tenía? Todo estaba en el aire… Solo en el aire… No lo podía tocar, no lo podía moldear. Solo sentir. Y esa inmensidad y cantidad de partículas revoloteando ahí  como una niebla que podía en poco tiempo cambiar mi forma de ver, de dibujarla incluso.

¡Y se me ocurrió!

¡Traje un papel! Miré a lo lejos, vi lo poroso, los límites que encuadraban, pude ver los colores detrás de ese hule, sin mucho brillo, solo insinuándose como tonos. Me sentí parte de algo de lo que no tenía previsto. No había forma de controlar, de dirigir. Y dibujé, dibujé, dibujé, dibujé lo que se me venía. Parecía un perfil apenas una silueta de alguien que no conocía. Fui a buscar más papel. No quería dejar de dibujar. Era la forma de resistir al miedo, a lo desconocido.

Llegué con más hojas y ¡pahhh! ¡Encontré la silueta dibujada pero ahora en la misma neblina! Ya no estaba en el papel, estaba en esa capa de energía. La vi moverse entre esas  gotas que caían ya sin pájaros. Tomó forma y colores que tenían que ver con la luz del sol entre las nubes.

El diablo está bailando con la comadreja decían cuando llovía y había sol. Recordé. Pero no era así.

Era yo. Ahí en la naturaleza percibiendo cada movimiento que se daba. Y esa silueta que tenía vida propia. Busqué corriendo una lupa para tratar de dimensionar con otros “ojos” lo que no podía ver con los míos. Sonó un trueno fuerte que me hizo tropezar. Sentí que mi corazón latía. Que mi ingenuidad se caía y me vi yo otra vez ante tanta inmensidad. Y me pareció maravilloso. Las gotas pararon  pero la densidad del aire continuó. Las partículas bailaban una danza griega de la que yo era parte, como  un coro griego. Todos éramos parte del mismo coro, del mismo movimiento. No podía verme aislada, los demás dependían de mi y de los demás dependía yo. Era un solo canto,  una sola danza. Y me vi envuelta en una sincronicidad colectiva de unión, de organización, de solidaridad. Me sentí feliz. Yo era parte de ese todo de ese coro griego.

Me senté ya sin la lupa en la mano. Y aparecieron ellos. Sorprendida, vi que la silueta se había dividido en dos. ¿Quiénes eran? Cronos y Kairós. ¡Los Dioses del tiempo!

Cronos haciendo ostentación de su linealidad y las consecuencias y Kariós marcándole que nada estaba en la lógica sino en la cualidad de lo que aparecía.  Cronos con su ropa distinguida algo ostentosa, agrandada y hasta rígida y Kairós desfachatado, con unos  lienzos blancos flojos que le permitían moverse con facilidad.  Cronos caminaba en cambio con pasos cuadrados.  Militarmente. Y Kairós se recostaba, se sentaba, se movía por ahí como si el movimiento fuera apenas una causalidad.

Cronos sacó un reloj y dijo, me dijo.

-Les doy cuarenta días para tratar de arreglar los desastres que han hecho.

Kariós moviéndose respiró hondo y en silencio.

Cronos siguió: -Deben ser conscientes de lo que han roto y destruido por las convenciones, los dogmas, lo material, ¡me tienen cansado!… háganse cargo de los errores, de las desigualdades, de los intereses y  del desamor que han transitado.

Kairós se sentó. La llovizna seguía un poco y pude verlo entre las gotas. Kairós no lo contradijo, solo hizo un movimiento de negación con la cabeza y agregó:

-Nada es lo que parece. No hay principio ni final. No hay juicio que pueda ser justo. Es la vida, Cronos. Y cada uno debe ajustarse a su propio tiempo.  No al tuyo. Ni al de nadie. Ah! Y por más que seas un Dios no te la creas.

Apenas dejó de hablar, ¡cayeron un montón de estrellas del cielo! Pero ¡era de día! Cada estrella que caía sacudía la tierra. Y con cada golpe algo o alguien se moría. Y un tendal de muertos, de humanos, de hojas y de animales quedaba detrás cada estrella. O al menos eso parecía.

Una me dio a mí. Me creí muerta. Me sentí temblar. Ya está, me dije.  Y un par de segundos fueron suficientes para darme cuenta de que seguía ahí, que no había dejado de respirar. Lo que había cambiado no era mi forma humana. Sino que había cambiado mi forma de ver al mundo.

Y ya no estaban más ni Cronos ni Kairós, ni el coro griego.  Estaba sola yo. Y respiré profundo, me toqué la cara, cerré y abrí fuerte los ojos y deseé profundamente que cada uno de los que haya sido sacudido por una estrella sintiera lo mismo que yo.

Todo iba a ser diferente.

Y seguí dibujando.

Todas las mañanas miro el dibujo,  recuerdo ese momento y vuelvo a preguntarme ¿Qué hay detrás de lo aparente?

Tiki Marchesini

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