Ese día se festejaba algo en la escuela, no puedo recordar si era diecisiete de agosto o veinte de junio pero sé que todo el mundo andaba alborotado. Aunque pensándolo bien era la fiesta en homenaje de San Martín porque yo hacía de Merceditas. Las maestras de aquí para allá cuidando que todo saliera bien, la Directora saludaba a los padres que llegaban, la portera con ese afán que tenía de pararse a hablar con cada uno, los chicos que participaban en el coro, nerviosos y los que actuábamos mucho más. Ya estábamos en tercer grado y vivíamos toda la preparación con alegría. Era más divertido que hacer todos los días lo mismo. Además en esas fechas nadie daba tarea.
Las semanas anteriores también habían sido de mucho entusiasmo. Mi maestra estaba a cargo del acto y se ocupó de distribuir los papeles y de ensayar. En realidad a mi papel lo quería mi compañera de banco, como siempre, porque se la pasaba comparando lo que yo tenía, las notas que me sacaba, la merienda que traía. Y eso que ella venía siempre peinadísima, con unas trenzas que llevaría horas hacer, su delantal planchadito y súper blanco. Su papá la venía a buscar en un auto nuevo y no tenía que tomar un colectivo lleno de gente como yo, con los pisotones que me ligaba.
La cuestión es que en los ensayos, cuando yo interpretaba a Merceditas, mi compañera repetía en voz baja mi papel, como un eco. Más de una vez la maestra la hizo callar, pero ella seguía repitiendo sin que los demás la vieran.
La verdad es que no sé qué problema tenía conmigo, nunca fuimos muy amigas, yo le pasaba todas las tareas y la ayudaba en lo que podía, pero nada parecía conformarla. La había invitado a merendar a casa varias veces pero su mamá decía que mi casa quedaba lejos de la escuela, que más adelante tal vez.
Para ser sincera la maestra me había elegido a mí porque decía que tenía una voz muy clara y que pronunciaba a la perfección todo lo que tenía que decir. La gente me iba a escuchar mejor y no se olviden chicos- había repetido varias veces- que acá los micrófonos andan muy mal, así que hay que hablar en voz bien alta, por las dudas.
La noche anterior nos habíamos quedado hasta tarde practicando. Mi mamá era especialista en corregir lo que estaba mal. Al final se me cerraban los ojos y nos fuimos a dormir. Esa mañana en casa mi mamá también andaba nerviosa. No sé bien por qué, sería por la fiesta en la escuela. Era muy perfeccionista y a ella hasta las cosas más sencillas le llevaban mucho tiempo. Me ayudó a bañarme, me apuró para vestirme y en el momento de ponerme la bombacha no encontró ninguna. Todas estaban bien colgaditas en la soga. A la noche había llovido y nos olvidamos de sacar la ropa colgada. ¡Como para no olvidarnos!, teníamos la cabeza en otra cosa con la cuestión de preparar todo.
Flor de problema. No para mí, claro, que lo único que quería era llegar a la escuela y encontrarme con mis amigos.Bueno, ma, hoy no me la cambio y listo. Pero para ella era un dilema. Nunca había pasado. Se sentía desolada. Una madre como ella y justo le venía a pasar eso. Así que no me la cambié. Yo la consolé diciéndole que todo lo demás estaba impecable. Sí, pero justo la bombacha, nena- se lamentaba.
Me llevó a la escuela con aire de preocupación y me dijo que como la fiesta era a las diez, tenía tiempo de sobra para ir, arreglarse y volver. Me pareció raro porque tan cerca no vivíamos, pero mi mamá era así. La conocía muy bien. Las cosas fáciles no eran para ella. Era una experta en complicarlas. Asunto olvidado para mí, fuimos al aula, no hicimos nada relacionado con escribir. La maestra contó un cuento y nosotros teníamos que ilustrarlo pero ella estaba en lo suyo y todos charlando, creo que nadie dibujó nada. Esos eran momentos de gloria, que nos dejaran charlar y reírnos y hasta caminar por el aula sin que nos retaran. En un rato iríamos a formar la fila.
Hacía frío, recuerdo, porque los vidrios chorreaban agua por la diferencia de temperatura. Las maestras no nos querían sacar al patio con mucha anticipación por temor a los resfríos y las gripes que estaban a la orden del día. Pero también porque en cuanto nos sacaban a formar la Directora les empezaba a dar órdenes: que córranse para aquí, que un poco más acá, que miren a esos chicos conversando, que la fila está torcida. Se notaba enseguida que las sacaba de quicio. Yo también la recuerdo como una persona muy intensa.
Desde mi banco miré a través del vidrio de la puerta, así como estaba, empañado ,distorsionaba las caras y las cosas, pero pude ver ahí a mi mamá espiando para adentro con esfuerzo.¿O no era mi mamá? Porque por momentos parecía una cara monstruosa de cera que se deshacía, luego volvía a parecerse a mi mamá. No, no era, cómo iba a estar ahí fisgoneando para ver lo que hacíamos. Pero sin embargo era ella. Debía estar en puntas de pie porque no era muy alta, y en su cara se veía que buscaba algo.
Sonó un timbre y tuvimos que salir, formamos. Mi mamá, desesperada detrás del grupo. No era fácil seguirnos porque la gente ya estaba entrando .Yo me preguntaba qué querría. Traía una bolsa en una mano y en la otra la cartera.
Cuando pudo se acercó, todos se iban ubicando y ahí se me puso la cabeza en blanco, sentí que se me abría un vacío inmenso y yo caía y caía. No pude reaccionar en ese momento pero recuerdo todo como en cámara lenta: mi mamá me sacó la bombacha rapidito y la guardó, me puso otra limpia y con puntillas. Y se fue tranquila con las otras madres.
En la fila los chicos se codeaban y se reían. Mi cara había enrojecido y me dolían los cachetes por el frío y la vergüenza. Mis ojos a punto de estallar.
Vi a mi mamá sonriente, sentada en una silla en las primeras filas, al lado de todas las mamás de mi grado que se habían arreglado como nunca y estaban peinadas de peluquería. La vi muy tranquila, esperando que nos tocara actuar. Vi que sonreía con cara radiante, con cara de tarea cumplida. Cuando subí al escenario, a los empujones, me había olvidado lo que tenía que decir. Mi compañera de banco aprovechó y lo dijo por mí, puso su mejor cara de sabelotodo pero cada tanto me miraba y revoleaba los ojos con cara de fastidio.
María Julia Druille