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Noviembre azul jacarandá

Escrito por el 5 noviembre, 2018

por Alicia de Arteaga

Llegó la hora azul para Buenos Aires. Todos los años en esta fecha, desde que los plantó Carlos Thays, a comienzos del siglo XX, florencen los jacarandáes y la ciudad nos regala una paleta inconfundible. Tanto que ese paisaje azulado ya es motivo de visita para turistas en busca de experiencias urbanas nuevas y diferentes.

Como sucede con los los ginkos amarillos en el otoño neoyorquino o con los tilos perfumados en la primavera de Berlín, la capital de los argentinos tiene el privilegio del jacarandá en flor. Son más de 14.000 ejemplares, en calles, plazas y parques, herederos de la primera plantación del gran paisajista francés que fue Charles Thays.

El francés llegó a la Argentina en 1891 para diseñar, en Córdoba, el parque del millonario Crisol, que empezaba, antes que nadie, a pensar en la alianza prodigiosa de paisaje más metro cuadrado. Ya de regreso en Buenos Aires, y antes de tomar el barco que lo llevaría de vuelta a Francia ,fue contratado por un grupo de influyentes, dirigidos por Marcelo T. de Alvear, para dirigir parques y jardines.

Thays que era un profesional de quilates se negó rotundamente, salvo que llamaran a un concurso, cosa que efectivamente ocurrió y que, por lógica, ganó.

Asumió y transformó la ciudad para siempre. Puso su sello de color. Los jacarandáes y las tipas llegaron en su regazo desde el Norte del país y crecieron al abrigo de la brisa húmeda del Rio de la Plata. Hoy le dan a la ciudad una pátina inconfundible y continúa la floración, que Thays imaginó como una paleta que va del rosa del lapacho al blanco del palo borracho, pasando por el azul jacarandá y el amarillo de la tipa, con sus descomunales troncos negros que parecen estructuras vegetales.

Una buena calle para contemplar las tipas en su dimensión colosal es Olleros, entre Libertador y Luis María Campos, en el barrio de Belgrano.

El jacarandá cobra un brillo inusual en la plaza San Martín, con el soberbio edificio Kavanagh de fondo, pero es realmente único ver en plena floración la secuencia de avenida Sarmiento, rumbo al Monumento a los Españoles, llegando a la ciudad desde el Norte.

Han pasado cien años desde que Thays comenzó con su plantación y, por suerte, su buen ejemplo ha tenido seguidores, aunque cabría preguntarse quien asesora la poda, que suele ser indiscriminada y sin ton ni son.

Cuando Charles Thays era director de Parques y Paseos -no es casualidad que el Jardín Botánico lleve su nombre-, convocó a los especialistas de nota a votar por la flor nacional. El francés había elegido la flor azul celeste del jacarandá, que canta María Elena Walsh, pero ganó el ceibo. Cosa curiosa, porque hay menos, es más difícil y, desde ya, no goza de la popularidad de la flor azul. Nobleza obliga, el paisajista más célebre de la Argentina respetó al ceibo, por ser su floración más larga y su presencia más federal.
El legado de Thays se multiplicó en los parques Crisol, de Córdoba; Tres de Febrero, de Buenos Aires; Independencia, de Tucumán; San Martín, de Mendoza, y en los parques privados de La Paz, de Roca, en Ascochinga, Córdoba; El Talar, de Pacheco, y La Ventana, de Tornquinst.

La ciudad azul violeta está lista para recibir a los jefes de Estado en la próxima cumbre del G20 que será a fines de noviembre.


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