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MEMORIAS EPISÓDICAS | LB

Escrito por el 18 agosto, 2020

MEMORIAS EPISÓDICAS


Por LB

El lugar lo es todo. Es lo esencial en la formación de la memoria, fuente de la identidad. ¿Qué tiene que hacer el escritor? ¿Lamentarse por la pérdida del lugar? ¿Buscarlo en la  memoria? En muchos de mis cuentos he sentido la necesidad de recrear, de restaurar hábitos perdidos, lugares perdidos, estilos de vida perdidos. Nunca nos recobramos de nuestros lugares de origen. Es una bendición y una maldición.
William Goyen

Nació mujer, la primera de tres, en Buenos Aires. Recuerda a su padre y a su madre. Médicos y ausentes. Ni seguir. Ni colgarse. Ni llorar. Ni sonreír. Ni jugar. Ni ir al parque. Ni remontar barriletes. Nadie la malcrió. Se ocupó siempre de sí misma. Heredó la curiosidad de su madre. Se apropió de la ambición intelectual de su padre. Durante mucho tiempo disfrutó de la austeridad. Luego decidió tomar caminos menos convencionales. Se sentía responsable de la narrativa de su vida.

No recuerda bien como decidió irse. Recuerda, sí, el dolor y la pérdida temprana de su padre, su primer amor. También una sensación de claustrofobia en la ciudad. Nunca había querido casarse ni tener hijos. Disfrutaba de abusar de la estupidez del sexo opuesto. No le gustaban los niños; le daban náuseas. No tenía respeto por la autoridad. Circulaba por la vida con la levedad propia de la juventud.

Recuerda, sí, a donde quería llegar. En esos años, la voracidad por la lectura tomó control de su vida. Fagocitaba libros. Con ellos saciaba su apetito cada día. Henry Miller era su favorito. Encontró en Big Sur y las naranjas de Hieronymus Bosch imágenes que imprimirían su mente. Estaba poseída. Soñaba despierta. Visualizaba una tierra de verano y costas doradas. Veía un océano interminable y salvaje, el Pacífico, desde su ventana. Pasaba horas en la cama creando personajes intensos. Les daba nombre. Luego la seducían con su diversidad étnica y cultural. Imaginaba California como un espacio utópico y narcisista. Hasta la religión le gustaba. Había escuchado que California estaba en proceso de convertirse al budismo. La bautizó California Zen. Pensaba en sus ciudades como educadas, afluentes, progresistas. Decidió que California era su State of mind y diseñó un plan de fuga (antes de evaporarse totalmente de Buenos Aires). Escribió su historia en un ensayo. Tradujo su curriculum al inglés. Juntos los envió a la Universidad de California en varias urbes.  Probó suerte en Davis, Berkeley, San Francisco, Santa Mónica, Santa Cruz. Fue admitida en Berkeley, la capital del Upper left. California nunca la decepcionó. Su imaginación había sido premonitoria. La Costa Este mostró ser un cuento aparte.

Salió de su casa en Logan Circle, el barrio gay de Washington DC. Estaba oscuro. Observó un número interminable de edificios públicos, monumentos y museos. Tomaba el último vuelo de Lufthansa a Frankfurt. El aeropuerto Dulles estaba vacío. La deslumbró el diseño del edificio. Eero Saarinen era uno de sus arquitectos predilectos. Luego de Frankfurt volaba a New Delhi. Era la última vez que tomaba un vuelo en primera clase. El espumante le pareció particularmente bueno. Era francés. Llego a Frankfurt. Vio la línea de más de cien pasajeros. Se amontonaban con sus valijas de mano. Listos para bajar la escalera. Se mantuvo sentada. En primera clase eran solo ocho. Mercedes Benz negros estacionaron frente a la máquina todavía rugiente. Un chofer tomó su bolso de mano, le pidió que subiera y cerró su puerta. Llegó al Lounge. Miró a través de las paredes de vidrio. El sol comenzaba a salir. La mañana era naranja. Se duchó. Durmió en una cama. Se sentó en un Womb Chair, su favorita, de Eero Saarinen. Le sirvieron el desayuno. Le ofrecieron diarios y revistas. India estaba en todas las portadas.

Aterrizó en el Indira Gandhi Airport en Delhi. Llegó en junio, época del Monsoon. Al salir del edificio, el aire caliente le golpeó la cara. Hacia 46 grados Celsius. Sintió el perfume a basura profundo, penetrante. Encontró en la calle una estampida de colores primarios. Cientos de personas y animales, vacas y perros, circulaban desordenadamente junto a los automóviles. Escuchó el sonido interminable de las bocinas. La atrajo la dulce decadencia de India. Busco la fila de taxis Hinustan Ambassadors. De origen inglés, se fabricaban desde 1950. Una experiencia colonial. Llegó al Hotel Oberoi. La acompañaron a su suite. Observó la devoción por servir de aquel que la asistía. Le preguntó su nombre. Un intocable. Honraba su casta, el camino al Nirvana. Agua fría recorrió su cuerpo. La refrescó. Decidió salir. Pidió un Rickshaw, fusión de hombre, taxi y bicicleta. Evitó el tráfico.

Llegó para su cumpleaños. Había tenido un número de relaciones a larga distancia. Washington-Delhi se le hacía insoportable. Pasó por el Khan Market. Compró un Sari. Lo eligió rojo. Pensó en Durga y su historia en la mitología hindú. Lo llevó puesto. Compró flores. La relación había continuado desde Berkeley. Sólo encuentros fugaces. Había sido parte de su comité de tesis doctoral. Siete años de compartir obsesiones. La inicial, la filosofía francesa. “You got an educación,” le decía. No tenía más que asentir. La experimentación sexual se convirtió en un hobby. Con la buena cocina dejó la anorexia. Chez Panisse, y el espumante francés, le devolvieron el placer por la comida. Chez Panisse, cuna del Californian Cuisine. Treinta en el ranking San Pellegrino de los mejores restaurantes del mundo. Fue testigo de cómo vivían los tenure professors en las mejores universidades americanas. Durante un tiempo tomo un free-ride.

Recuerda su llegada a Berkeley. Se registró en uno de sus cursos en el departamento de antropología. Lingüística y análisis del discurso eran foráneos. La cautivaron. Se obsesionó. Se convirtió en aprendiz de brujo. La adoptaron. Se hizo miembro permanente de la comunidad subterránea de la biblioteca central. Lingüística estaba en el segundo subsuelo. Su lugar en la jerarquía del conocimiento. Leyes y negocios en la planta principal. Se convirtió en un topo. Buscaba la superficie para procurar alimento. Pasaba su día en la oscuridad. La deleitaba el olor a sótano y libros. Buceó en un lenguaje que desconocía hasta que lo dominó. Se graduó, de novata. El diálogo se transformó. La jerarquía, en la relación, se desvaneció.

Recuerda también los office tours: horarios asignados fuera de la clase para uso exclusivo de cada alumno y el profesor. El objeto en estudio no era la antropología. Ella estaba en estudio, como sujeto. Recibió labores de investigación. Experimentar Burning Man, por ejemplo, fundada en sus inicios en la playa de San Francisco. Asistió a la celebración. Viajó al Desierto Negro de Nevada. Se quedó por siete días. Convivió con otros 50 mil participantes. Lucró del anonimato. Quemó su ropa en la colosal fogata. Pintó su cuerpo. Vio pasar un camaleón del desierto. Se identificó. Experimentó rosa, azul, rojo, naranja, verde, negro, según la ocasión. Recordó los personajes de Miller. Explotó sus fantasías, una vez más. Celebró en comunidad diversos rituales. Compartió expresiones artísticas. Hizo parte en esculturas, instalaciones y video. Empujó sus límites. Se sintió cómoda. No le pareció un delirio de locura. Más bien una invocación. O, tal vez una añoranza, al ajado summer of love.

Otras labores incluían visitas a Wilderness Areas en la Bahía de San Francisco. Descubrió su lugar predilecto, Point Reyes, a unos pasos de Big Sur. Encontró la naturaleza en aislamiento. Caminó millas de pasajes de tierra, sólo para caminantes. Convivió con especies de plantas y animales en peligro de extinción.  En sus expediciones comprendió el extremismo de California. Incorporó el deseo de preservar la fauna y la flora en sus ecosistemas originales. Se hizo parte del llamado movimiento verde. Se convirtió en su way of life.  Se lo apropió todo. Integró este sistema de valores a su ethos y algunas otras conductas que le parecieron dignas de ser imitadas.

¿Era esa vida legítimamente suya? ¿Dónde comenzaba ella? ¿Dónde la vida de los otros? Sentía que había sido sólo una niña. Los niños siempre son episodios en las narrativas de otros, les guste o no. Solo cuando se hacen adultos se convierten en autores de su propia historia. ¿Quién era ella?

El Ambassador paró en la puerta de su casa. Se dio cuenta que tenía pocos rupees. Pagó la mitad en dólares. El dream team, la esperaba en la entrada: el cocinero, el jardinero, el chofer, el personal de limpieza. Todos en uniforme. “Good afternoon Madam,” entonaron. Para ella era un misterio. ¿Cómo vivir con semejante multitud y encontrar privacidad? No podría soportarlo. “Era el Indian way, decía; a todos nos gusta ser observados.»

Había desarrollado un lazo emocional e intelectual con la India. Sentía una necesidad inmediata de explorarla. Tocó el timbre. Abrió la puerta. Vio su vientre que se exponía como símbolo de abundancia. Con sus 65 años, ella era aún atlética. Nada común para una mujer de su edad en India. Miró su cabello, profundo. Miró sus ojos, negros. Se distrajo. Explicó lo que necesitaba comunicarle. Aunque podía quedarse y dormir con ella las mil y una noches. Todo era confuso. Tal vez estaba aturdida por el viaje y el jet lag. La diferencia con Washington era de 14 horas.  Durmieron juntas y observadas. Fumaron hachís en pipa, comieron manjares que hizo el cocinero, tomaron espumante francés, meditaron.

Dijo que entendía. Todos los jóvenes que aparecen en nuestro mundo tienen el poder de abrir nuestros ojos, y darnos una nueva mirada o visión de la vida. Pero, ¿qué es lo que hacemos? Tratamos de hacerlos a nuestra imagen y semejanza. ¿Y qué somos? ¿Somos acaso modelos de sabiduría y entendimiento? ¿Somos maestros perfectos? Un joven trae a nuestra vida luz, amor y voracidad de aprendizaje. ¿Le enseñamos a cometer nuestros mismos errores estúpidos y luego le castigamos por tratar de imitarnos? Ese no es el camino de la naturaleza sino del hombre. “Sigue tu camino, Darling– declaró–.Y llámame cuando me necesites.” La puso en un taxi Ambassador y caminó en dirección a la casa repitiendo su mantra.

Una vez más, ella se daba a la fuga. Llevaba consigo, almacenadas, memorias episódicas. Hacían parte de su identidad.

LB 

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