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LA ENTREVISTA A PAUL MCCARTNEY | Gabriela Mayer

Escrito por el 14 agosto, 2020

LA ENTREVISTA A PAUL MCCARTNEY


Por Gabriela Mayer

Llevo años y años en el diario. Antonio me encarga las notas y entrevistas que nadie más quiere hacer. Cineastas de segunda línea, autores ignotos, músicos experimentales. A mí me gusta, lo disfruto. Mis artículos rara vez se publican en tapa del suplemento.

Hace unos días llegué al Festival de Cine Latino de Miami. Una cobertura que no le interesa demasiado a nadie. Tampoco es que me atraiga especialmente. Pero siempre está bueno pasar unos días lejos del diario, sumar unos viáticos. Y quedarse en un lindo hotel. Te sirven un desayuno continental, te acomodan la habitación. Que, dicho sea de paso, tiene un ventanal increíble al océano turquesa, flanqueado por dos cortinas blanquísimas.

Las mañanas nos quedan libres. Cada mediodía una combi nos lleva hasta la sede del festival, un complejo a todo vidrio y alfombra. Veo varias películas por día y, entremedio de las proyecciones, hago entrevistas. Por las noches, participo en las cenas protocolares. Anoche, por ejemplo, en un restaurante asiático. En los próximos días habrá cocina cubana y californiana.

Somos pocos periodistas; en su gran mayoría, estadounidenses y mexicanos. “¿Aryentina?”, me preguntó el recepcionista la noche que llegué, molida, desde Buenos Aires. Asentí. “Messi. Maradona. Dulce de leche. Asado”, me hizo su racconto de argentinidad. Le sonreí. Leí su identificación plateada: “Matthew”. No debe llegar a los 30 años. Mostrándome los dientes blanquísimos, me extendió sobre el mostrador la tarjeta para ingresar a mi habitación, la 1214. Piso 12.

Hoy vi tres películas, casi seis horas de butaca, e hice una entrevista a un director. Después de cenar pamplonas en un restaurante uruguayo, decidí no esperar la combi. Mejor pagarme el taxi y volver antes, así voy adelantando la nota para mañana.

Matthew, ni bien me ve entrar, hace un gesto para que me acerque. “You’re a journalist, aren’t you?”, pregunta. “Yes”. “Paul McCartney is here, but nobody knows. It’s a secret”, me dice. Me lo quedo mirando. “¿Paul McCartney? ¿El Beatle?”, pregunto tontamente. “Oh, yes”, me muestra los dientes blancos. “He’s being interviewed by The Miami Herald in our cafeteria”. De golpe visualizo el afiche gigante frente al complejo de cines, con el anuncio del recital en el Hard Rock Stadium.

“Hurry up, amiga. To the cafeteria”, me dice Matthew. El corazón me da un vuelco mientras aprieto el botón para llamar el ascensor. Me imagino la nota de tapa. La sorpresa de Antonio. Los comentarios por los pasillos del diario. Paul. Paul McCartney. Sir Paul McCartney. Reviso el celular, me queda un 27 por ciento de batería. ¿Aceptará la entrevista? ¿Dos preguntas? ¿Tres? ¿Por qué se separaron los Beatles? ¿Es verdad que no tenía una buena relación con Yoko? ¿Tiene pensado regresar en algún momento a la Argentina? ¿Cree que los Beatles fueron mejores que los Rolling Stones? ¿El enfrentamiento entre las dos bandas era cierto o fue un mito fomentado por la prensa y las discográficas?

El ascensor abre sus puertas. Entro, intento calmarme y reflexionar. De todas esas preguntas tengo que elegir las dos mejores. Porque puede que me conteste solo dos. Cuando termine la entrevista que sí tiene pactada, me acerco y le pido que me conteste una sola pregunta. Y después le sumo una más. Eso va a ser lo mejor. Abro el WhatsApp para mandarle un mensaje a Antonio. “Tengo una sorpresita que te va a gustar”. Se va a caer de culo. No, no. Pero ¿qué estoy pensando? Le voy a escribir apenas termine la entrevista.

Me miro en el espejo, muy iluminado. Estoy transpirada. La frente, sobre todo la frente. Me seco con un pañuelito de papel. De repente, caigo en la cuenta de que no habrá intérprete: el periodista del Miami Herald debe ser más estadounidense que McDonald’s. Voy a tener que preguntarle en inglés. Me las voy a arreglar, no queda otra.

Empiezo a traducir mentalmente la primera pregunta. 26% de batería. Tengo un bloc con birome, por si acaso, pero no. Necesito su voz, su testimonio. El testimonio del Beatle. Pienso que la primera pregunta tiene que ser amigable. “When are you coming back to Argentina, Paul?”. Sí, podría ser un buen comienzo.

Recién cuando termino de traducir mentalmente al inglés la tercera pregunta me percato de que el ascensor está detenido. Aprieto el botón “Open”. Nada. “Open”. “Open”. “Open”. Nada. “Alarm”. “Alarm”. “Alarm”. “Alarm”. 25% de batería, sin señal. Me saco el abrigo largo de cuero. Falta el aire en el cubículo. Me siento en el piso alfombrado. Pego mi espalda a la pared metálica. Tal vez me esté bajando la presión. No puede faltar mucho, enseguida vendrán a sacarme. Paul. Esperame, Paul. Va a esperar.

Lo mejor que puedo hacer, para no ponerme más nerviosa, es aprovechar el tiempo y anotar las preguntas en el bloc, para memorizarlas en inglés. Cuando estoy transcribiendo la quinta siento los golpes a la puerta metálica. “Hold on. Only ten minutes”, escucho una voz a lo lejos. “Hold on”. El tiempo transcurre con una lentitud exasperante. Hasta que al fin el ascensor sube, dando pequeños saltos. Siento el forcejeo sobre las puertas, que finalmente se abren. “Are you OK?”, me pregunta un afroamericano, al que ni le respondo, porque salgo corriendo.

Estoy en el piso 19, la cafetería es en el 22. No me atrevo a volver a los ascensores. Emprendo la carrera escaleras arriba. Me detengo un momento antes de entrar al café de puertas azules; estoy tan agitada que apenas puedo hablar. Me peino un poco, como puedo. En la mano empuño el Samsung, listo para grabar.

Con el corazón en la boca, empujo las puertas vaivén. Miro ávidamente a mi alrededor. Paul. Paul. Paul. No está Paul. Entonces advierto a los mozos junto a la barra, agrupados en torno a la pantalla de un celular. Al acercarme, sí, veo a Paul en el centro de una selfie, canoso y sonriente, entre todo el personal de la cafetería.

“Paul? Is Paul here?”, le escupo con desesperación a la moza que sostiene en sus manos el teléfono. “Oh no”, me dice. “He left two minutes ago, cariño”. Corro al ascensor; no tengo opción. “Main Floor”. “Main Floor”. “Main Floor”. Imploro no quedarme ahí adentro otra vez. Paul. Sir Paul. Mi mano transpirada agarra fuerte el teléfono. Como si el aparato tuviera una porción de culpa.

Las puertas se entreabren con parsimonia. Antes de que terminen su desplazamiento lateral, me precipito hasta el mostrador. Matthew, apenas me ve llegar, manotea en su bolsillo. Allí está, con sus dientes blancos. Sonriendo en su teléfono, junto a Paul.

“You didn’t find him? What a pity”, escucho todavía la voz del recepcionista, mientras salgo corriendo del hotel. Paul. Paul McCartney. Sir Paul McCartney acaba de irse. Me freno en seco al llegar a la vereda, esquivo al botones que me mira de arriba abajo. Observo a mi izquierda. Nada. A la derecha, a unos doscientos metros, avisto una limusina blanca. El coche resplandece en la noche, bajo las palmeras. Y se aleja, veloz, por el boulevard paralelo al mar.

Gabriela Mayer

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