Presté atención en bares y recitales. En trenes y colectivos. Hasta lo hice en las colas de bancos y en las salas de espera de los consultorios. Fui puntilloso en la investigación para llegar a la siguiente conclusión: no hay personas que vistan remeras de Lenny Kravitz.
Tengo claro que el mundo no va a detener su andar vertiginoso por esto pero encontrarle una explicación al asunto se volvió una especie de obsesión para mí (como verán acá abro un paréntesis para remarcar que el ser humano puede encontrar raras formas de perder el tiempo. Mi manera es escribiendo sobre estas teorías y supongo que la de ustedes es insultando por hacerles leer el escrito). Escapando del encierro del inciso, y seguramente ya con un grupo ínfimo de lectores, avanzo con el tema a tratar.
Sumo a lo dicho hasta ahora que recorrí los locales denominados rockerías y consulté diversas fuentes hasta reunir la información necesaria para elaborar la teoría que hoy presento. Quizás la misma se base más en supuestos que en datos concretos pero está bueno aclarar que los servicios de inteligencia o los programas de chimentos se manejan de igual manera y son tomados como palabra santa. Por lo tanto me permito continuar. El origen de todo fue una serie de asesinatos llevados a cabo en Londres entre los años 1988 y 1995.
Se sabe que para liquidar a su primera víctima, que era un seguidor de Michael Jackson, el asesino utilizó guantes para estrangularlo. Y que además vistió para la ocasión unos pantalones arremangados que permitían ver sus medias blancas contrastando con el negro de sus zapatos de charol.
Los muertos que continuaron fueron encontrados debajo del puente. Lógicamente tenían puestas remeras de los Red Hot Chili Peppers. A esa altura los investigadores creían que, por su accionar camaleónico, quien ensangrentaba la capital inglesa era un admirador de David Bowie.
Luego les llegó el turno a los bluseros. El criminal sentía que al matarlos les hacía un favor. Que los libraba de una vida llena de desgracias como encarcelamientos, desamores y cosechas de algodón arruinadas por alguna inundación. Los asesinaba los días de lluvia con una navaja que escondía en un gastado estuche azul para armónicas.
Los datos indican que los seguidores de los Clash nunca fueron atacados. Al parecer no lo convencía eso de tener lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado y domingo a la policía en la espalda.
Que las fuerzas de seguridad no encontraran respuesta alguna a los hechos le generó un exceso de confianza que lo condujo a su trágico final. Una noche fue herido mortalmente por detrás cuando intentaba atacar con los ojos vendados a un fan de Ray Charles.
Como una pintada en aerosol en una de las paredes del túnel donde fue encontrado sin vida aseguraba que el “Rock and roll está muerto” las sospechas recayeron sobre los fanáticos del músico neoyorkino que acababa de sacar su disco Circus. Así pasaron a ser señalados por los investigadores como el bando al cual podría pertenecer el vengador de esas muertes que enmudecieron las calles londinenses por años. Hasta se rumorea que existe pedido de captura internacional para cualquiera que muestre fanatismo por el pobre de Lenny.
Algunos creen que el sentido común, una vez más, volvió a caerse de los bolsillos de los uniformes que visten a los agentes de la ley. Otros creen que mis datos son más falsos que los folkloristas que se pasaron a la música melódica. Yo creo, en cambio, que es la única explicación concreta por la que nadie se atreve a calzarse una remera de Kravitz.
¿O usted se arriesgaría a escuchar el “Rock de la cárcel” en vivo y en directo?
Ariel Feller