En este momento único en la historia que estamos viviendo, tuvimos que aprender a convivir con el riesgo. Riesgo de vivir, de morir, riesgo de perder o ganar…
Todo el tiempo estamos tomando decisiones, en ocasiones son tan pequeñas que no somos conscientes de ellas.
Corría el año 2010. Me habían dado una llave. Esa llave abría muchas puertas, posibilidades, caminos. Me sentía poderosa con esa llave, me la había ganado, era un voto de confianza. Tenía acceso a todo. ¿Será verdad que el poder corrompe? ¿O que simplemente saca de vos una parte que no había tenido oportunidad de salir?
Esa llave abrió puertas y espacios. Espacios que no habían sido dispuestos para ese fin. No era correcto, cada lugar tiene sus reglas, uno debería respetarlas más allá de estar de acuerdo o no con ellas.
Le faltamos el respeto a esos espacios varias veces, todas las que pudimos. Nunca nos descubrieron. El poder de la llave nos hacía más libres, nos sentíamos dueños de esos espacios por un rato, usándolos como nos daba la gana.
El dueño podía decidir echarnos, con justa causa, y cada uno a su casa sin un peso. Esa posibilidad estaba siempre presente, cada tarde que decidíamos cruzar la línea. El poder de la llave nos embriagaba, más pasaba el tiempo menos atención le dábamos a la posibilidad latente de que todo saliera a la luz. Iba teniendo menos entidad.
Muchas transgresiones juntas en esos encuentros, en esos espacios. ¿Por qué no otros? No había muchos momentos ni espacios disponibles para nuestros encuentros sinceramente. Tomar ese riesgo una y otra vez y salir ilesos nos hacía sentir más fuertes, como una pequeña batalla ganada al sistema. Al fin y al cabo, al otro día la vida de todos seguía exactamente igual.
Pasa el tiempo y uno va tomando más confianza, se siente cada vez más poderoso, más invencible. Y aquella posible consecuencia negativa (quedarse sin trabajo en el peor de los casos) cada vez parecía más lejana e improbable.
Ahora pensemos racionalmente, ¿Qué es más importante? ¿Sexo casual o tener trabajo? La respuesta parece obvia pero no lo es, los seres humanos nos movemos también por emociones y sensaciones que nublan nuestro razonamiento.
¿Arriesgarse con demasiada frecuencia significa autoboicotearnos? Algo es claro, ponemos el miedo en pausa.
Dicen que aquel que toma riesgos no le importan las posibles consecuencias negativas. Yo creo que eso es mentira, sí le importan, pero no es consciente de ellas, las deja a un costado, guardadas en una cajita, te dice que sí que entiende que toda acción trae consecuencias pero una vez que esas consecuencias llegan muchas veces se arrepiente de las decisiones que tomó en aquel entonces.
¿Me hubiera arrepentido si nos descubrían? no lo sé. Probablemente en un primer momento sí y años después, a la distancia, lo hubiera recordado con una sonrisa.
Ahora mismo, en medio de una pandemia, vivimos bajo un riesgo constante de contagiarnos, una parte de la población se cree inmune, no voy a hablar de ellos porque no consideran estar en riesgo.
La otra mitad de la población que tiene claro que puede contagiarse y contagiar a otros debe decidir con cuidado cada uno de sus movimientos. Tiene conciencia social y se siente responsable por la vida de los otros. No obstante también siente necesidad de contacto con los otros, una necesidad que muchas veces es apremiante e insoportable. Entonces empiezan las concesiones a las transgresiones. Observamos el comportamiento de los otros, siempre con nuestros anteojos (o anteojeras). A algunos los justificamos “es su pareja, es su hermano, es su sobrino” y a otros los juzgamos sin piedad deseándoles hasta la muerte por poner en riesgo a otras solo por ocio, por diversión, por placer. ¿Cuántas vidas vale juntarse con amigos o familiares? ¿Qué harías si supieras que como consecuencia de TU rato de diversión murieron tres personas? Tres personas que te cruzaste en el supermercado y sin saberlo contagiaste. ¿Alcanza esa idea para frenar nuestros impulsos de ir en busca de contacto social? Debería pero entiendo que no siempre sucede.
Hace poco leí una frase que decía algo así: “El perdón muchas veces aparece cuando pasás por la misma situación que juzgaste”. ¿Cuántas veces criticamos a fondo una actitud sin intentar siquiera ser empáticos y años después al pasar por la misma situación finalmente logramos entender a esa persona? Condenamos al transgresor porque se arriesga sin un motivo válido, ¿nuestro motivo para salir y arriesgarnos es objetivamente más válido que el de los demás? Este es el punto, puede que objetivamente no lo sea, pero subjetivamente sí.
Los actos de los demás no responden sólo a su voluntad. Justamente, muchos hacen “lo que pueden”, ya sea porque los invade la angustia, la ansiedad o muchas otras dolencias que empañan el sentido de responsabilidad social que todos deberíamos tener, otros simplemente son unos hijos de puta.
¿Cuántas cosas incorrectas hicieron en sus vidas? ¿Cuántas reglas rompieron? ¿Valió la pena? ¿Cuántas veces soportamos quedarnos con la duda o con las ganas?
Eliana Primosich