Amigos de Bellas Artes te invita a descubrir el genio de Botero
Escrito por Pablo De Vita el 8 mayo, 2024
La Asociación de Amigos del Museo Nacional de Bellas Artes con auspicio de la Embajada de Colombia en la Argentina presenta el curso Botero y la pintura del realismo mágico. La pintura del colombiano Fernando Botero se apartó del arte de vanguardia y se apoyó en la tradición, más específicamente, la pintura popular colonial de Colombia. El curso abordará sus formas tan voluminosas, ricos coloridos y composiciones llenas de humor e ironía. Se analizará su mirada que encuentra varios puntos en común con la literatura de Gabriel García Márquez, y que nos hace pensar en la categoría de “realismo mágico”. También el aspecto de la vinculación de Botero con la realidad social, como Alejandro Obregón, Enrique Grau, Luis Acuña, Juan Antonio Roda y Luis Caballero. El curso se encuentra dictado por el profesor Miguel Ángel Muñoz, licenciado en Artes, Facultad de Filosofía y Letras, UBA. Miembro del Centro Argentino de Investigadores de Arte (CAIA). Se desempeñó como docente en la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires (cátedra “Historia del Arte Americano II”) y en la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales, Universidad de Palermo (cátedras “Arte Argentino I” y “Arte Argentino II”). Actualmente es Profesor Emérito en la Facultad de Historia, Geografía y Turismo, Universidad del Salvador (cátedras “Historia del arte y la cultura americana y argentina III” e “Historia del arte y la cultura americana y argentina IV”. Ha publicado diversos trabajos sobre el área de su competencia (arte argentino y americano).
En 2013 el Museo Nacional de Bellas Artes exhibió la muestra Botero, dibujos en tela y papel. Así la obra de Fernando Botero se presenta por tercera vez en el MNBA. En el año 1994 se exhibió Botero en Buenos Aires y en el 2006 El Dolor de Colombia en los ojos de Botero, imágenes inspiradas en el tema de la violencia en Colombia y que el artista donó al Museo Nacional de ese país. Botero reflexiona con respecto a su propia obra diciendo “Mi color no se asemeja al violento y caótico de mi país. Me gusta la luz de París, mis colores son italianos, una de mis referencias constantes es Piero de la Francesca. Amo el siglo XV italiano”. Sin embargo no produce una ruptura con su Colombia natal ya que como él reconoce tiene con América Latina una profunda relación platónica. En relación con la temática de las obras, Teresa de Anchorena, curadora de la muestra comentaba: “Recorrer la obra de Fernando Botero es irse de viaje en el tiempo y el espacio. Salir a pasear por las calles de ese pueblito que fue la ciudad de Medellín. A través suyo pasamos por el mercado, la iglesia, el burdel y las corridas de toros. Nos detenemos en las ventanas de esas casas de tejas coloradas para sorprender a sus habitantes en pleno quehacer cotidiano, para escuchar sus conversaciones e impregnarnos de esa atmósfera que huele a incienso y lavanda. Y tiene algo de fantástico.” En estas obras Botero utiliza acuarela, lápiz, pastel, tinta y carbonilla tanto sobre papel como sobre tela. Se destaca trabajando con sanguina sobre tela, técnica poco utilizada por los artistas y que requiere una destreza y maestría excepcionales. El profesor Ángel Navarro, refiriéndose la importancia de este soporte, señala que históricamente el papel ha sido el gran compañero de los artistas. Recurren a él para esbozar la primera idea de una obra, estudiarla en sus detalles específicos y determinar sus formas y aspectos especiales. La exposición contó con el apoyo de la Asociación amigos del Museo Nacional de Bellas Artes. Junto con la muestra se presentó el catálogo Botero, dibujos en tela y en papel.
En cuanto a El Dolor de Colombia en los ojos de Botero, el Museo Nacional de Bellas Artes, que doce años atrás albergó una gran muestra de pinturas y esculturas de Fernando Botero, presentaba medio centenar de sus dibujos y pinturas inspirados en el tema de la violencia en Colombia, realizados entre 1999 y 2004. Estas obras provenientes en su totalidad del Museo Nacional de Colombia, conforman la donación que el artista efectuó hace dos años al Museo mayor de su patria, sumadas así al largo centenar de obras de Botero que ese Museo ya poseía y que lo han ubicado como en el mayor referente para poder apreciar la fértil trayectoria del artista- No hay mejor y más incisivo testimonio de la criminal inutilidad de la violencia que el que van dejando las imágenes de los artistas visuales a lo largo de la historia. Así, las visiones de Bruegel sobre las guerras de Flandes, los pavorosos grabados de Goya sobre los desastres de las guerras napoleónicas, los de los expresionistas alemanes sobre las dos contiendas del siglo XX y -cómo no- el insoslayable alegato del “Guernica”, son pruebas evidentes de la intensidad de esos testimonios, que nos gritan a través de los siglos y los países el mismo y repetido mensaje del “nunca más!”. Hoy en día, en que contamos con el registro inmediato e inapelable de la fotografía documental, los artistas visuales, sin embargo, siguen entregando sus propias versiones y sus personales obsesiones sobre ese flagelo que continua azotando y vistiendo de rasgos apocalípticos nuestra realidad contemporánea.
Dos continuidades, pues; la de la violencia que nos agravia y nos agobia, y la del arte que la testimonia. Botero, por su parte, no pretende exacerbar el horror; por el contrario, su objetivo es atenuar la agresión de la cruda imagen testimonial derivándola hacia una descripción figurativa afín a su ideología y a su estilo -“yo estaba en contra de ese arte que se convierte en testigo de su tiempo como arma de combate”, ha dicho-. Y lo hace con una ejecución mucho más basta y urgida que lo habitual, sobre todo en los óleos, a través de la cual parece decirnos que, frente a la escalada de violencia que padece desde hace décadas su noble país natal, no le es posible esperar más para entregar la correspondiente denuncia de su parte. Denuncia que, sin embargo, nunca deja de ser intransferiblemente ´boteriana´, en tanto se presenta construida con la constante seducción de su ingenuidad popular, los contrastes de escala y sus típicos personajes hinchados -ese mundo amable que yo pinto siempre-, aunque en este caso aparezcan cargados de puñales y heridas, balas y ataúdes, ametralladoras y lágrimas. A primera vista, es cierto, extraña la pareja inexpresividad en torturadores y torturados, un poco a la manera de tantos sansebastianes renacentistas, impávidos y extasiados a pesar de los flechazos. Pero es a través de la perduración de la máscara inocente de esos personajes asombrados, hasta hace un momento alegres y despreocupados, y que ahora aparecen como muñecos rotos, violados, despedazados, como Botero prefiere transmitirnos la tragedia de lo injustificable. Como si un niño de ojos grandes lo retratara a los adultos que no saben ver, como si se tratara de inexorables juegos bélicos con íconos cibernéticos manejados por irresponsables o más exactamente- como si nos lo volviera a contar Anna Frank, inocentemente, desde su ático de Amsterdam; cuentos terribles que se desgranan ante nosotros con pasmosa naturalidad. Frente a esta nueva serie de Botero podríamos hablar de integración original entre una nueva objetividad posmoderna y el difuso realismo mágico que sobrevuela la adjetivación habitual de su poética, tan afín a las atmósferas narrativas de su compatriota García Márquez. Algo así como haber logrado tejer secuencias de un tema muy duro enhebrando conjuntamente los hilos de la crónica con los de la ilusión.
(con información de la Asociación de Amigos del Museo Nacional de Bellas Artes y del Museo Nacional de Bellas Artes)
Para información, inscripciones o detalles del curso