INSTANTE
Era el momento en que la tarde se hacía noche; hacía calor aquel día de otoño.
En los campos cercanos inmensas cosechadoras trillaban la soja.
Caminó hasta el borde del lugar energético. Bajó por el sendero cubierto de abrojos hasta el centro perfecto de la hondonada.
Un frío potente le heló la sangre… el clima había cambiado bruscamente en ese lugar. Lo vio, por un instante fugaz, al mirar hacia el cielo donde se apagaban las luces del ocaso.
Cerró los ojos… justo antes de caer sobre el pasto quemado.
VISIÓN
Primero fue el tránsito de tu boca recorriendo las planicies, las montañas, las selvas, las playas, los médanos, las bahías y las quebradas de mi territorio invadido por el cambio climático.
Luego fue el abordaje violento de tus ronquidos al sueño placentero de mi alma… y me encontré arrastrando entre ásperas malezas la figura monstruosa del ser humano que dormía a mi lado.
HAMBRE
La blancura inmaculada de la hoja desnuda lo amedrentó.
Intentó dibujar sobre ella el torrente imparable de palabras abarrotadas en su mente.
Una a una fue apoderándose de la blancura inmaculada de la hoja desnuda.
Cerró los ojos por un instante. Justo cuando los abría, la blanca hoja terminaba de deglutir la última palabra escrita: HAMBRE.
LA GOTERA
Mi casa. Ese monstruo gigante presto a devorarme. Que acecha al amparo de los días calmos, oculto bajo los pliegues luminosos del sol.
Se activa cuando la lluvia anestesia los sentidos y transformado en persistentes goteras amplía en mi mente el sonido impiadoso del agua que cae.
Sus constantes repiqueteos alteran la conciencia, me tapo los oídos, me cubro la cabeza enterrándome en la oscuridad, pero el sonido se amplifica, quiero escapar y estoy paralizada. Sus largos tentáculos gelatinosos de agua se multiplican y rápidamente me rodean, me comprimen y casi sin aliento por el esfuerzo denodado de la defensa ejercida, voy entrando en el túnel desconocido que conduce a la puerta que al abrirla pulveriza todo sentimiento de impotencia.
Y entonces sí, el monstruo de mi casa con sonidos de gotera, se autodestruye.
Mi ser etéreo encuentra la paz…
Etel Carpi