25 de septiembre
Escrito por Jorge Cabrera el 25 septiembre, 2019
El 25 de septiembre de 1972 se suicidó la poeta y traductora Alejandra Pizarnik. Dejó como legado una vasta obra, a pesar de su corta vida: un diario de casi mil páginas, un extenso corpus de poemas, muchos escritos y relatos cortos surrealistas, y alguna novela breve. Entre sus publicaciones más destacadas se encuentran Árbol de Diana (1962), Los trabajos y las noches (1965), Extracción de la piedra de la locura (1968) y La condesa sangrienta (1971).
Para Pizarnik escribir no sólo representaba el reconocimiento sino, también, la posibilidad de desahogarse, de manifestar esa sensibilidad que poseía. Si bien Pizarnik estaba convencida de que la comunicación oral no era una opción viable para expresarse, encontró en la escritura la manera de transmitir sus sentimientos, evolucionando así del lenguaje poético a un tipo de silencio constructivo-destructivo que permite al lector vivir y revivir la visión interna de la poeta.
El extranjerismo es otro de los temas presentes en su poesía. La alteridad judía/argentina la hizo outsider, un personaje sin un sitio en la sociedad, con pocas posibilidades de disolverse en la masa amorfa y atomizada de una comunidad. La muerte y la infancia es otro de los ejes ambivalentes más importantes en la poesía pizarnikiana: la infancia es la excepción de la realidad, por lo tanto, representa la vida, el paraíso deseado para una poeta que busca reinventar ese periodo que nunca fue satisfactorio. Ensalza la delicadeza del carácter infantil, pero, también, el peligro que la rodea; dentro de ese miedo se encuentra la carencia.
La muerte, al contrario, siempre está presente, su poesía coquetea con ella al igual que con la locura y huye una vez que la siente cercana. Se esconde en la oscuridad y la acoge como hogar: “Afuera hay sol / Yo me visto de cenizas”.
Dentro del mundo pizarnikiano, uno de los principales encuentros es el de la voz múltiple. Toda la poesía de Pizarnik es un diálogo infinito entre ella y todas las que es. Es una voz del yo que está detrás del yo, aún si éste se aleja. La búsqueda infinita de lo que se encuentra perdido, una incesante travesía que, incluso hasta el final de sus días, la absorbió en una terrible ambivalencia: el paraíso infantil y la tentación de la muerte, la enajenación absoluta y la vocación amorosa.
El 25 de septiembre de 1972, a los 36 años, se quitó la vida ingiriendo 50 pastillas de Seconal durante un fin de semana en el cual había salido con permiso del hospital psiquiátrico de Buenos Aires; hospital donde se hallaba internada a consecuencia de su cuadro depresivo y tras dos intentos de suicidio. El día siguiente, martes 26, el velorio sumamente triste en la nueva sede de la Sociedad Argentina de Escritores que, prácticamente, se inauguró para velarla.