“Mientras dormimos aquí, estamos despiertos en otro lado”
(JORGE LUIS BORGES. Ficciones).
La tecnología le cuesta. Es torpe para maniobrar su celular pero esa torpeza también es intelectual, obcecada (como tantos) si los hay pero ninguno como ella, que no quiere tomarse el trabajo de entender sus usos, descargar aplicaciones, pareciera ser una joven arrancada del pasado que transpolaron a este futuro tan distópico.
Desde hace días (con sus noches) bebe, nerviosamente, café instantáneo. Es tan oscuro y tan espeso ese líquido que se asemeja a tener petróleo vertido en su taza, tanto que lo alejó de sí, argumentando que era imposible de tragar. A medida que saltea noticias sobre el pico de contagios de la pandemia mundial, de la crisis económica, busca bajar su ansiedad con paquetes de cigarrillos que se evaporan con destreza de entre sus dedos.
Puedo decir que en el último tiempo sufre de inapetencia y dolor de cabeza. Un dolor migrañoso que la obliga a mantener su casa, casi, a oscuras. Y que la poca ventilación en este lugar la lleva a pensar en que no hay un futuro perentorio, que en el hoy se juegan las verdades. Ronda por su mente la fatal pregunta: “¿Y si hoy muero?” se interroga sin quitar los ojos de lo que ve afuera por la ventana. Justamente afuera hay una pandemia que infecta a todos los individuos y las muertes van en escalada.
Ya casi no tiene uña en el dedo índice derecho, sus dientes la roen con éxito y se friega los ojos irritados por la voluta de humo que acaba de exhalar. Ella ya tomó una decisión. En realidad en este día que quiero contarles, es cuando la ejecutará.
Ella ya tomó una decisión.
Hubo una noche cuando, además de sentirse miserable, cerca de la medianoche, en un programa político enfatizaban sobre el posible y cercano estrés del sistema de salud. Las consecuencias del no cumplimiento de la cuarentena preventiva y las ruinas minadas de una economía nunca saneada. Esa medianoche, dejó de mirar la pantalla, se levantó de inmediato del sillón, camino pocos pasos hasta la ventana y miró, desde lo alto, como dándole forma a su plan.
Retrocedió unos pasos y volvió a tirarse en el sofá. Para sus adentros escribió frases mentales para anotar. Aunque seguía con firmeza el interrogante de la muerte, del no despertar jamás.
En tiempos sin pandemia le costaba mucho enviar mensajes de audio con el celular. Se le cortaba, los mandaba a las personas no correctas… Practicó cómo ubicar el dedo, el mirar de reojo si los minutos corrían a medida que descargaba sus emociones. Cada vez más habitual era ver la turba de cigarrillos aplastados por todos los rincones. La casa olía y se veía entre las tinieblas alcaloides.
Afortunadamente para esta joven, el día llegó.
El sol ingresaba por las hendijas de las persianas, tornando el dormitorio de color anaranjado. Se duchó con tiempo, aprovechando la relajación del agua para pensar mejor sobre el transcurso del día. Desayunó y en medio del mordisco de una tostada, afirmó que lo haría por la tarde. De puro azar, de puro gusto personal.
Almorzó mirando películas ya vistas, tenía el hábito de sestear, aunque sólo dormitó un poco. Y unas cuantas horas antes del hecho, escuchó a Depeche Mode, pensó en dejar a la banda de fondo. Subió el volumen ante la canción “I feel you”, encendió un cigarrillo, y la cantó por el costado de su boca apretándolo, tomó su celular y fue hasta la ventana. La abrió y sintió el choque con su aire hogareño viciado. Un viento helado le devolvió las fuerzas. Lo intentó reiteradas veces.
No podía.
La canción que ingresaba por sus oídos le renovaba el arrebato.
Estaba a punto, ahí casi, pero se arrepentía. Y volvía a sentarse en su butaca preferida, buscando estimularse con un par de pitadas. Elevó tanto el volumen que las paredes parecían retumbar. Le zumbaban los oídos. Sintió en ese aturdimiento que el momento se le presentaba, regresó a la ventana. Miró a los pocos valientes que circulaban por esas cuadras maltrechas. Pensó en un mañana incierto, pensó en lo que dejaría pendiente en este mundo si muriera. Pensó en todo el tiempo que dejó pasar…en sus postergaciones, en sus cargas mentales…
Hasta que lo hizo.
El mensaje de audio duraba 1´05´´, con muchos silencios entre medio:
“Hola… ¿cómo estás?, sé que pasó el tiempo y que en medio de este contexto ya muchas cosas dejaron de importar…
…hace mucho quería mandarte un mensaje…
…o decirte que no dejé de pensar un minuto en vos…o no sé…tal vez…bueno…te parece que soy una imbécil o que estoy obsesionada…pero me gustaría aclarar cosas…¡ay no sé!…estás en mi mente…
…¿es muy descabellado decirte que aún te quiero? Y que….
…cuando todo esto pase, si es que pasa… ¿te gustaría tomar un café conmigo?…digo, tranqui, para hablar…sin presiones…
…pero sí quiero que sepas que nunca dejé de quererte…gracias…”
Las dos rayitas azules se marcaron en su teléfono.
Del otro lado del mensaje, otra mujer le respondía por escrito:
“Sí, es verdad, nos debemos una charla”.
Dejó su teléfono sobre el sofá, bajó la música y abrió todas las ventanas para airear y que ingresé el poco sol que quedaba de la tarde.
FORMA PARTE DEL LIBRO DE RELATOS “FICCIONARIAS 2: SOBRE DEVOTIONAL TOUR DEPECHE MODE”.
Marisol