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Gala y Dali: Encuentro en el Monjuic

Escrito por el 10 agosto, 2018

Alicia de Arteaga

 

Barcelona.- El Museo de Arte de Cataluña queda en la cima de una colina y domina el horizonte con impetuosa grandiosidad. Hasta allí llegué en busca del secreto de la pasión que sería el germen de una obra de arte realmente genial. Los protagonistas son Salvador Dalí y Gala, su mujer de toda la vida. Esta vez la lente se fijó en ella. Una rusa emigrada que antes de conocer a Dalí estuvo casada con el poeta Paul Eluard, integrante de la troupe de André Breton. Pero en el camino se cruzó Dalí, diez años menor, con una obra in progress a la que ella terminó de darle forma. Excéntricos y bellos parecían hechos el uno para el otro.

Se conocieron en Cadaqués, en 1929, y fue un flechazo. Ella dejó la vie parisienne y se instaló en la costa catalana para montar el proyecto del joven Dalí. Para ser al mismo tiempo su musa y el timón en todas la mareas. Amante de Max Ernst, fotografiada por Man Ray, Brassaï y Cecil Beaton, resultó la savia necesaria de la imagen hiperrealista, única y, por momentos, delirante de Salvador Dali. Recorrieron el mundo, recibieron los halagos de la fama en el ombligo del arte que era Nueva York y coronaron con éxito una hoja de ruta marcada por la ambición.

La muestra reúne fotografías, pinturas, cartas, películas, noticieros y dibujos, con una montaje inteligente que va descubriendo distintas facetas de la personalidad de ambos. Juntos crearon la marca Salvador Dalí, que con las mismas letras forma las palabras Avida Dolars,nada más cierto. En el parnaso personal, el dinero ocupaba su lugar.

La curadora de la exposición es Estrella de Diego, una vieja amiga y conocida de años, con una vasta trayectoria en el diario El País de Madrid, que mantiene fluidas relaciones con colegas argentinos. Estrella tuvo a su cargo la selección y curaduría del envío de parte de la Colección Malba, a Madrid, para ARCO 2017, cuando Eduardo Costantini presentó en la Academia de San Fernando esa magnífica obra que esDanza de Tehuanpetec, un histórico Rivera por el que pagó 15 millones de dólares, récord de precio para el arte latinoamericano.

Mención aparte merece el soberbio edificio que ocupa el Museo de Arte de Cataluña. Solo para verlo vale la pena llegar a la Plaza de España, en el Parc del Monjuic. El llamado Palacio Nacional se construyó para la Exposición Internacional de 1929, y estaba dedicado al arte español con la exhibición de más de 5000 obras. En el Salón Oval se efectuó la ceremonia de inauguración de la Exposición, presidida por Alfonso XIII y la reina Victoria Eugenia. De estilo historicista grandilocuente, el proyecto fue del arquitecto Eugenio Cendoya y tiene 32.000 metros cuadrados. Las escaleras eternas y las dos columnas ladrilleras que lo custodian son motivo de justificado asombro. En cuanto a las colecciones de arte moderno y novecentista, muestran en su justa dimensión el desarrollo del arte catalán entre dos siglos y, también, la militancia política plasmada con maestría en los afiches impresos durante la Guerra Civil. Imposible retirarse sin contemplar largamente el retrato de Marie-Thérèse Walter, pintado por Picasso en 1937. En esos razgos alterados y en la paleta furiosa está atrapado el genio del pintor malagueño.

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