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ELLOS ESTABAN EN LA LUNA DE VALENCIA | Alberto Ernesto Feldman

Escrito por el 31 julio, 2020

ELLOS ESTABAN EN LA LUNA DE VALENCIA


Por Alberto Ernesto Feldman

Hace tiempo, cuando la gente tenía mejores modos y más paciencia, hasta los calificativos para quienes estaban escasos de luces, momentánea o permanentemente, eran más dulces. Daba gusto oír palabras como badulaque, chichipío, tonto de capirote, abombado o paparulo.

Más tarde, al ingresar los comestibles al citado vocabulario, la víctima devino papafrita, zapallo o salame de cuarta. Pero el idioma siguió cambiando y ahora, gracias a la computación, al pobre tipo que no sabe dónde está parado o que se distrae por un momento, le dicen: ¿te tildaste, nabo?… o ¿se te cayó el sistema?…. y si sos un poco viejo, te miran fijo y te preguntan directamente si te llega el agua al tanque.

Cuando yo era chico, era muy común preguntarle a los distraídos si estaban en la Luna, más precisamente, en la Luna de Valencia. Esa frase, venía acompañada por la asociación, al menos para mí, con un penetrante aroma a azahares y a naranjas (no a cualquier naranja, sino a unas muy dulces, de tamaño mediano, ovoides, de piel tersa y color parejo, casi dorado), que a veces llegaban a Buenos Aires. Eran de Valencia, como esa luna ignorada por mí. Tuvieron que pasar muchos años para que se me despertara el interés por conocer el origen de esa frase, frase que hoy es mucho menos usada que entonces, incluso en España.

En la oscuridad creciente y silenciosa, alterada solo por algún ladrido lejano, los pasos soñolientos de los últimos transeúntes resuenan apagados en las callejuelas empedradas, mezclados con el fuerte retumbar de las botas claveteadas de los soldados de la última guardia diurna, que proceden a cerrar las puertas de la ciudad.

Primero las de Serrano, después las de Quart. Los hombres del reino de Aragón, libertadores de la ciudad, continúan en el recinto amurallado el mismo ritual defensivo que los derrotados musulmanes cumplían en las puertas de sus propias murallas, que ahora quedaron por dentro de las cristianas y que sirven de pared regalada para las casas nuevas.

Al anochecer, la seguridad impone cerrar las puertas de la ciudad y nadie entrará hasta la mañana siguiente. El que se demore, se quedará en la luna de Valencia, es decir, a la intemperie y fuera de la protección de los muros, pero si tiene suerte y buen dormir, su sueño de extramuros será velado por la magnífica luna color naranja del Mediterráneo.

Aldana la labriega y Abdel el mozo de mulas, hoy no llegarán a tiempo. En el campo desde el amanecer, se miran con ardor hasta la media tarde, mientras los segadores cortan las espigas, atan las gavillas y las cargan en el carro que la mula arrastra de memoria una y otra vez hasta el molino, mientras Abdel, con las riendas flojas en la mano, tiene el cogote duro de mirar hacia atrás, hipnotizado por la nuca, los rizos dorados y las ancas de su muchacha.

Ahora cae la tarde y los campesinos caminan alegremente de regreso a la ciudad escondida en el rocío.

Los adolescentes enamorados se van retrasando hasta que el bullicioso grupo desaparece de la vista.

Cuando quedan solos se abrazan con pasión. No hay frenos ni límites. Juntan sus cuerpos salvajemente Nunca podrán contar con otra cosa que con este tiempo mezquino. Sus familias no aceptarán nunca su unión. Los padres de Aldana no creen en la sinceridad de la conversión de la familia de Abdel.

Algo de razón tienen, los conversos musulmanes, cuando nadie los mira, dirigen sus oraciones y sus miradas a La Meca.

Los moros no pueden olvidar el aciago día del año 1328 en que las huestes de Jaime de Aragón entraron en Valencia y rompieron la calma como una piedra rompe un espejo. Ahora sólo les queda soñar con Granada, la última perla árabe.

En el barrio judío es lo mismo. En el interior de sus casas los conversos vuelven a ser judíos.

Igual que las espigadoras, los señores de la Inquisición pronto cantarán ¡Ay, ay, ay, ay, qué trabajo nos manda el Señor…! Y rimando lo imposible, recitarán, como los Cruzados “A Dios rogando y con el mazo dando”.

Por encima del árbol que cobija a la pareja, la luna espera. Ya sabe que antes del amanecer tendrá que guiar a los amantes desesperados, que ya no tienen casa ni familia, hacia el camino de Granada. Irán tomados de la mano, tropezando de tanto mirarse a los ojos. Llevarán en su flaco morral solo unos mendrugos secos y unas naranjas, pero se tienen el uno al otro.

Alberto Ernesto Feldman

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