El gasoducto conecta a través de más de 2.000 kilómetros de tubos los yacimientos de Siberia oriental con la frontera china.
China, por su parte, tiene que terminar su porción en 2022-2023 para llevar el gas hasta Shanghái.
Moscú espera que el gasoducto contribuya al desarrollo económico de la región del Lejano Oriente. China, por su parte, aspira a diversificar su esquema energético para alejarse del carbón, que ha traído consigo notables problemas medioambientales.
La entrada en funcionamiento llega más de cinco años después de la firma en mayo de 2014 de un acuerdo por 400.000 millones de dólares, aprovechando la visita del mandatario ruso a la capital china.
El acuerdo se cerró en un momento de alta tensión con Occidente por la injerencia rusa en Ucrania, y sirvió al Kremlin para demostrar que es imposible aislar a Rusia.
Para Pekín, la jugada fue todavía mejor. Consiguió una rebaja notable del precio del gas aprovechando la coyuntura complicada para Rusia.