El «slow travel» se ha convertido en la forma de viajar más popular para aquellos que, como la activista sueca Greta Thunberg, reivindican su compromiso con la ecología. Una forma de viajar que va de la mano con el «flygskam», es decir la vergüenza de tomar el avión.
La activista ecologista sueca Greta Thunberg se ha convertido en una profesional del «slow travel«. Tras haber pasado 32 horas en el tren hasta la cumbre de Davos en enero, cruzará el Atlántico en velero desde Reino Unido hasta el puerto de Nueva York, donde asistirá a la Cumbre sobre la Acción Climática el próximo 23 de septiembre. Su viaje debe empezar mañana, miércoles 14 de agosto.
A medida que crece la preocupación por la cuestión ecológica y se multiplican los llamados a actuar, el «viaje lento» o «turismo lento», derivado del ecoturismo, está emergiendo como una solución alternativa que combina las alegrías del viaje con la preocupación por el planeta.
Un proceso de concientización…
«Slow travel» es un derivado del movimiento «slow food«, que surgió en los años 80 de las protestas contra la apertura de un McDonald’s en Roma. «Slow food» favorece la comida regional, los productos locales y la cocina tradicional.
En este caso, se trata de evitar los viajes de diez días con excursiones en una multitud de ciudades, que sea en Europa, América Latina o Asia. Viajar despacio es más que una forma de viajar, es una filosofía. Lo importante es explorar un destino y su cultura con más tiempo, en inmersión.
«Ofrezco la experiencia de un destino a un ritmo lento. Me di cuenta cada vez más de que, al viajar, era mejor empezar el viaje desde casa y no tomar un avión para llegar al destino. Esto ayuda a crear más conciencia sobre la forma de viajar, de apreciar el camino. La conciencia del medio ambiente es el aspecto más importante, y creo que es esencial apreciar la naturaleza para preservarla», explica Arne Gudde, fundador y director de la Slow Travel Experience en Berlín, creada en 2010.
La Slow Travel Experience propone viajes muy diferentes a los que ofrecen las empresas de turismo tradicionales: viajes en tren por Siberia y África, en buques de carga o veleros por el mundo…
Para Arne Gudde , más allá del placer de viajar, se tratar de un proceso de concientización: «Normalmente, en un viaje tradicional, corremos del punto A al B sin prestar atención, sin apreciar la ruta. Creo que viajando cada vez más despacio, disfrutando del entorno, estaremos más motivados, automáticamente, para hacer algo, para proteger, para entender que no necesitamos correr tanto».
… que gana terreno en Europa mano a mano con el «flygskam«
Esta nueva forma de viajar es cada vez más popular en Suecia, donde va de la mano con el fenómeno del «flygskam«, es decir la vergüenza de tomar el avión, o el «trainbrag«, el orgullo de viajar en tren. Allí, en poco más de un año, la influencia del «flygskam» ya se hizo sentir: el número de pasajeros aéreos en líneas internas empezó a bajar, mientras que el número de pasajeros en los trenes batía récords.
En Francia, el «flygskam» ha llegado pero no es tan difundido como en Suecia. Sin embargo, según una encuesta del diario Le Figaro, el 59% de los internautas que respondieron dicen estar dispuestos a «preferir el tren al avión por razones ecológicas».
«Volé sin contar durante varios años. Cuando me interesé por primera vez en la preservación del medio ambiente, me di cuenta de que si todos volaban como yo, una o dos veces al año, el planeta estaría en un estado aún más catastrófico que el actual. (…) Dejé de volar hace tres años. En mi opinión, esto era necesario para lograr la máxima coherencia. Todos mis esfuerzos diarios quedaban anulados por un simple vuelo», explica Bénédicte, de 30 años.
Por su parte, Ingrid, 32 años, cuenta que cuando toma el tren para ir a ciudades europeas como Berlín o Lisboa, «el camino forma realmente parte del viaje: te permite experimentar la distancia, tomarte el tiempo que no tienes en la vida cotidiana para leer, preparar tu estancia… También tienes más tiempo para descubrir realmente el país de destino». Sin embargo, «el tren es a menudo más caro que el avión, y muchos trenes nocturnos han desaparecido en los últimos años», añade.
En las redes sociales, el debate en torno a la vergüenza de tomar el avión es intenso. Para muchos, si bien la intención es loable, no es tan fácil tener el tiempo ni el dinero necesario para preferirle el tren al avión. Eso, sin hablar de los expatriados que viven a miles de kilómetros de su país de origen y deben cruzar océanos para ver a sus familiares.
Según la Agencia Europea de Medio Ambiente, un pasajero de avión emite 285 gramos de CO2 en un kilómetro, frente a 158 gramos en auto y 14 gramos en tren.
Por RFI.