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EL SEÑOR DEL PERRAMUS por Cristina Briante

Escrito por el 24 marzo, 2021

EL SEÑOR DEL PERRAMUS


Por Cristina Briante

Se levantó más temprano de lo habitual.

Abrió la ventana del dormitorio; lo alegró ver las flores. La primavera volvía a Buenos Aires.

Debía acercarse a la oficina de Rentas. La secretaria sabía que llegaría al mediodía.

El auto dormía en el taller mecánico. Por la tarde tenía cita con dos clientes para una mediación; no creía en un fácil acuerdo.

Por cábala eligió el traje azul y la camisa blanca. En la radio anunciaban lluvias. Se puso el perramus, un elegante Burberry. Era un regalo de su mujer antes de separarse.

Decidió viajar en colectivo; subió al 59 en la esquina de su casa; vino casi vacío.

Se ubicó del lado de la ventanilla, a la derecha. Delante de él hizo lo mismo una mujer joven, rubia, con el cabello extremadamente largo.

El espacio entre asientos era estrecho, pegó las piernas al respaldo de la rubia.

Ella se acomodó, recogió el pelo con ambas manos, ensayó una torzada y largó el pelo hacia atrás. Como una cortina que se descuelga, cayó sobre sus manos apoyadas en las rodillas.

Superada la sorpresa, no atinó a cambiar de posición.

Al ritmo del movimiento del colectivo, la cabellera se zarandeaba, acariciando el dorso de las manos y las rodillas. Una agradable sensación lo invadió.

Cuando el colectivo detenía la marcha, sus manos trepaban sutilmente entre la lluvia de pelos dorados.

Notó que la temperatura subía, el perramus le pesaba, sentía la cara hirviendo. No se animó a mirar a los costados.

El pelo cobraba vida propia, él no recordaba la cara de la dueña, que a esa altura dormía.

Perdió el control, dejó fluir la sensación de placer que lo recorría.

Intentó guardar las formas, pensó que era un profesional prestigioso.

Aflojó el nudo de la corbata, desabrochó el primer botón de la camisa, apoyó la carpeta de documentos sobre el regazo.

La respiración se tornó intensa, se dejó llevar…sentía la camisa húmeda de sudor.

Pensó en los colegas, en la reunión en el Círculo de Abogados.

Por la ventanilla vio el cartel de Rentas; bajó apurado del colectivo. Recompuso su ropa, se secó el sudor.

Antes de ingresar a la oficina de Rentas se miró en los cristales del ventanal.

Reconoció al abogado impecable que todos respetaban.

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