Uriburu y la memoria de Venecia pintada de verde
Escrito por admin el 29 junio, 2018
por Alicia de Arteaga
Este jueves fui testigo de la inolvidable experiencia que cincuenta años atrás protagonizaron Nicolás García Uriburu y Blanca Alvarez de Toledo, entonces su mujer, cuando en una aventura sin precedente compartieron ese momento mágico en que las aguas del Gran Canal pasaron de rojo al verde, para dejar alla ciudad de los canales muda ante el espectáculo. Ese día Uriburu ingresó en la historia del arte. Lo contó Blanca Isabel por Radio Cultura, confirmando esa condición única que tiene la palabra puesta en el aire para multitudes.
El 19 de junio de 1968, en paralelo con la edición oficial de la Bienal de Venecia, mientras el mayo francés era todavía una mecha encendida, se concretó la coloración veneciana. Fue una acción audaz, premonitoria y genial. Casi le cuesta la cárcel al argentino, pero le abrió para siempre la puerta grande de la historia del arte.
Nicolás, que en este día será homenajeado con una retrospectiva en el MNBA, no había cumplido los 30. La efervescencia del mayo francés despertó la conciencia del joven pintor que quiso expandir su pincelada al escenario natural. Lo acompañaron en la aventura veneciana Blanca, en ese tiempo exitosa mannequin de cierre Cardin, y el crítico Pierre Restany, director de la revista Domus y la voz más autorizada en los dominios de la crítica de los sesenta.
La idea había llegado con el mayo francés: ¿Por qué no intervenir en el espacio natural y pintar el mundo sobre el mundo mismo? Sin perder tiempo, Uriburu comenzó a investigar el escenario y la materia. El agua era el soporte más móvil. Faltaba encontrar el colorante, que no debía ser tóxico de ninguna manera.
La investigación lo llevó directamente a la fluoresceína, sodio fluorescente usado para el fondo de ojos en la medicina y en la NASA para detectar rápidamente las cápsulas espaciales cuando caen al mar. Nicolás viajó a Milán y con sus pocos ahorros se empeñó en conseguir dos bolsas del colorante que atesoró hasta el día señalado. Debía coincidir con la apertura de la Bienal. El tout del mundo del arte estaba reunido allí. Contó para su aventura de la coloración con un aliado inesperado: Memo, un gondolero con alma de artista, fascinado con la idea de pintar las aguas de verde, en una ciudad que es sinónimo de arte, desde Marco Polo hasta el rey Umberto de Saboya, fundador de la Bienal de Artes Visuales, en 1896.
Memo le indicó los horarios de las mareas y la extensión y profundidad del Gran Canal. La circunstancias estaban de su lado. Con Memo y un balde de uso doméstico, arrojó al agua treinta litros de fluoresceína, mientras Blanca sobre el puente registraba en fotos la histórica acción. La pleamar aceleró la coloración en los tres kilómetros del Gran Canal y los canales fueron verdes.
Lo inmediato fue la voz de alerta frente al inesperado fenómeno. Declaraciones a los carabinieri, riesgo de cárcel, mientras turistas y locales corrían a la estación de Santa Lucía asustados con el fenómeno verde. Pero triunfó el arte: “E stato un invito alla speranza” (Ha sido una invitación a la esperanza), escribieron los diarios italianos. Lo demás es historia conocida. La coloración de Venecia le dio a Uriburu un lugar de privilegio en la escena global. Años más tarde el alemán Beuys lo convocaría para plantar robles en el cantero central de la Documenta de Kassel. Los vi el año pasado, frente al Partenón de los libros de Marta Minujin, y están enormes. Cómo olvidar a este hombre delgado y sonriente que nos regalaría la plantación de palos borrachos sobre la 9 de julio; pero también pintó esos ombúes bellísimos, dignos herederos de Figari; y los retratos espléndidos de Blanca Isabel y de María Elisa Mitre.
Obra de arte: Blanca Álvarez de Toledo por Uriburu